Fin de Año

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Por fín llegó el último día del año. La verdad es que no sé muy bien por qué tenemos tanta necesidad de que llegue pero el caso es que para muchos, es el día más importante del año. Es tal la psicosis que nos provoca, que para la cena estamos reventados y desquiciados con tanto preparativo.

A mí me toca organizar la cena familiar en casa y como hay tantas cosas que preparar y muchas en el último momento, me he hecho una lista para intentar no olvidarme de nada. Creo que tengo apuntado todo, lo que tengo que cocinar, planchar el mantel, preparar las copas, la bandeja de los turrones y mantecados, las uvas…ya sabéis, los preparativos normales de una cena tan especial.

Ahora vendrían todos los demás preparativos para poder llegar perfectamente impresionante (yo más bien diría perfectamente agotada) a las uvas. Y es que estos días he estado echándole un vistazo a algunos artículos sobre moda, belleza, decoración, mundo zen, en los que te orientan sobre las tendencias básicas e imprescindibles para triunfar la noche más importante del año; y es que el día del cumpleaños a su lado es casi como un lunes cualquiera, existe porque precede al martes que si no, lo eliminaríamos.

Por supuesto hay que empezar por los consejos de belleza; preparar la piel con una buena limpieza, no sé si servirá pasarte la mañana con la olla exprés preparando caldo porque el vapor de la olla te abre los poros que es de lo que se trata, ¿no?. Sigo, dormir diez horas (debe estar equivocado, con siete eres la reina del mambo); beber mucha agua, claro, después de deshidratarte con el vapor de la olla, es interesante; evitar alimentos que te hinchen, que te hagan retener líquidos, que te produzcan digestiones pesadas, con todas las comilonas propias de los días previos, fácil, ¿no?.

Sigo con el estilismo; este año dudo entre «los mejores vestidos por menos de cien euros», o «el pantalón de moda con el que triunfarás seguro». Aún no me he decidido entre vestido o pantalón, al final me pillará el toro pero es que como estoy en «modo cooking» no me he metido todavía en el papel de anfitriona Ferrero Roché, en fín, no sé.

En cuanto a la decoración, la mesa y la cena creo que estarán espectaculares, no sé si cumplirán con las tendencias de este año pero desde luego estará todo preparado con mucho mimo y mucho amor, que es lo más importante.

Y sobre mi preparación mental para entrar en el nuevo año cargada de positivismo y buenas vibraciones, la verdad es que me parece una chorrada total. Soy más partidaria de hacer mis reflexiones diarias, de ir poniéndome propósitos a lo largo del año y no dejarlo todo para el día uno porque por experiencia os digo que luego estás tan cansada y tan resacosa que no eres capaz más que de beber agua, mantenerte en posición horizontal el mayor número de horas posible y si tienes suerte, que los niños te dejen tranquilita.

Bueno, para acabar el año, voy a empezar incumpliendo lo de las horas de sueño, tendré que arreglarlo con el antifaz de gel frío para emergencias un ratito después de comer y antes de afrontar el sprint final de la cena porque hoy me he desvelado escribiendo y me van a dar las mil.

Lo que sí pienso cumplir es empezar el año con algo rojo y meter oro en la copa del cava, total, hay que meterse en el papel y seguir las tradiciones, ¿no?, al final todos buscamos tener la suerte de nuestro lado así que ¡a disfrutar! y ¡Feliz Año Nuevo!.

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Salas de espera

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Parece que estos últimos días mi vida está ligada a la tercera edad. La semana pasada por varios motivos me ha tocado visitar la sala de espera de una consulta médica y la de urgencias y en ambas, mis compañeros de espera han sido personas mayores.

La primera cita era una revisión con el urólogo. Un mes antes, una pequeña piedrecita se había puesto en marcha y había decidido abandonar mi cuerpo dejándome hecha polvo. Por suerte pasó pero tenía que ver al médico, así que ahí estaba yo esperando pacientemente mi turno en un pasillo larguísimo lleno de sillas de plástico y acompañada de caballeros de cierta edad, sólos, con sus señoras o con sus hijos.

Como siempre, yo iba preparada para la espera con bastante lectura. En cambio mis compañeros igual que me pasó cuando estuve en la peluquería, no paraban de encontrarse con conocidos por lo que a pesar de la hora y media de retraso que llevábamos, lo estaban pasando bomba charlando de todo un poco.

Otros no conocían a nadie pero iban acompañados por su mujer y después de hablar un rato entre ellos, acababan por quedarse callados hasta que de pronto, la mujer empezaba un monólogo tan sólo acompañado por asentimientos de cabeza o algún gruñido del marido. Yo les observaba divertida porque estaba esperando el momento en el que el marido se quedara dormido con el runrún de la mujer o que se cayera redondo por el agotamiento de escucharla hablar sin parar. No me reía porque no era plan de reírme sola pero me dio por pensar si dentro de unos años a mí me pasaría lo mismo con mi marido y sería la diversión de cualquier extraño, espero que no, claro.

Cuando por fín salieron a nombrar a los siguientes cinco pacientes y ya me iba a tocar entrar, se montó el lío porque no había manera de que mis compañeros retuvieran su turno y no sé cuántas veces me tocó repetirles delante y después de quién iba yo, total, que acabé aprendiéndome sus turnos para recordarles cuando tenían que ir entrando. Al salir de allí, tuve la sensación de haberme agotado mentalmente.

La otra espera fue en urgencias por una otitis horrible que aún sigue molestándome. Cuando me pasaron a la sala de tratamientos para ponerme la medicación en vena, me tocó al lado de un matrimonio mayor. Él era el paciente, con un cólico vesicular, bastante tranquilo para el mal rato que estaba pasando cuando llegó. Inevitablemente, al estar un par de horas allí sentada, acabamos de charla aunque en este caso, la charla fue solo con ella porque él era sordo desde bastante pequeño y aunque llevaba audífonos, apenas oía nada.

La señora muy agradable, estaba encantada de tener con quien charlar así que me tocó pegar la hebra con ella y hablar de hijos, nietos y hasta de una plancha de asar de hierro que le encargó su marido a un herrero y que según me contaron funcionaba de maravilla.

Yo que no me encontraba muy bién con tanta charla porque me moría del dolor de oídos, tuve la suerte de que me pasaron por la vía un relajante muscular que me dejó frita y pude desconectar un ratito. Para cuando me espabilé, mis vecinos de tratamiento ya se marchaban aunque me dio tiempo a enterarme de que ese día era el cumpleaños de mi compañero, acabé felicitándole y hasta nos deseamos Felices Fiestas.

Después de todas estos encuentros con los mayores, lo que más me ha gustado de ellos es que se les veía llenos de vida, alegres, sin parecer en ningún momento tristes o apagados y éso que seguramente tendrían un montón de achaques. Tanto en mis citas médicas como en mi visita a la peluquería, han sido un ejemplo de vitalidad que pienso copiar para cuando llegue a su edad, aunque sin correr, que aún soy muy joven para encontrarme con mis colegas en las consultas médicas.

En la peluquería

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Esta mañana siguiendo las tradiciones navideñas me he ido a arreglar el pelo. Mi peluquería es una de las de toda la vida; ya van por la segunda generación de un negocio familiar que se ha hecho un nombre en el pueblo y según me cuentan, también en Madrid, teniendo clientas que una vez acabado el verano, continúan yendo en invierno para darse las mechas y seguir fieles al estilo de Santi.

Por las fechas en las que estamos, hay que pedir cita porque si no es imposible que te cojan así que ahí me he plantado bién preparada de lectura para no leer tres veces la misma noticia en las revistas del corazón, armándome de paciencia porque siempre se me acaba haciendo eterno y concienciándome de que iban a ser un par de horas muy bién invertidas.

Lo primero que he comprobado al llegar, es que pedir la cita para primera hora significa que tus compañeras de secador tendrán una media de 70 años. Ellas son siempre las más madrugadoras y disciplinadas porque, ¿a quien se le ocurre estar de primer día de vacaciones y madrugar? pues parece que a mí y solo a mí.

Parapetada en mi lectura, he intentado aislarme y disfrutar de la experiencia pero ha sido imposible con ese parloteo continuo de mis compañeras con las peluqueras y el runrún de los secadores, así que me he rendido y me he dejado llevar por el colocón del olor a laca y a tinte y me he integrado en la reunión.

Parecía que todas mis compis eran viejas conocidas. Se han puesto al día en familia, enfermedades, viejos recuerdos y la mala suerte de que no nos haya tocado la lotería. A su vez, todas tenían otro denominador en común, el pelo corto y bién ahuecado, ese estilo atemporal que hace que cuando las ves de espaldas, sus cabezas parezcan pelotitas. En cuanto a los tonos, pasaban del castaño oscuro al plata de las canas con un toque de ese malva tan característico en señoras de cierta edad.

La falta de audición que padezco en un oído por una otitis que no acaba de curarse, ha hecho que hoy mi integración en el ambiente haya sido rápida ya que las peluqueras me han tenido que hablar al mismo volumen que a mis compañeras. Pobrecitas, espero que tengan un complemento en caramelitos e infusiones para la garganta y para cuidarse la voz porque deben acabar agotadas de dar tantas voces para hacerse oír entre sus clientas y el runrún de los secadores.

Hoy he podido comprobar la delicadeza de las peluqueras con sus clientas senior. He visto como al lavar la cabeza a una señora muy mayor, mientras una la lavaba, otra la sujetaba porque se escurría en la silla y luego ambas la han ayudado a levantarse y a cambiarse la bata y la toalla porque se había mojado, me encanta ese trato cercano que tienen con todas ellas, son unos detalles que en otras peluquerías más impersonales no se ven.

Yo, después del suplicio del lavado del pelo con el cuello en tensión, he aguantado los inevitables tirones para desenredarme a pesar de la mascarilla maravillosa que me han puesto y me ha tocado cruzar el salón mareada por el dolor de cuello e intentando mantener la toalla en la cabeza lo más digna posible como si fuera Carmen Miranda, esa cantante que parecía que llevaba un frutero en la cabeza.

Al final, he salido sin cortarme un pelo pese a la insistencia de Alvaro, y feliz por el resultado, unas mechas súper bonitas que realzan mi atractivo natural (creo que aún sigo bajo los efectos de la laca de mis compis, yo huyo de ella).

A lo mejor, la próxima vez que vaya, me lanzo a probar la gomina de «Moco de gorila» (se llama así), todo depende del estado de «embriaguez» en que acabe sumida con tanto ruido y tanta química.

Love is in the air

Queramos o no, nos guste más o menos, hay que ser conscientes de que se acerca la Navidad.

Desde finales de noviembre, todo empieza a llenarse de luces de colores, regalos, comidas, cenas, llamadas de teléfono, mensajes de felicitación, anuncios de colonias y promesas de amor eterno a toda la humanidad que nos van llevando a un estado de «buenismo» en muchos casos totalmente artificial, que a muchos provoca un estado de insatisfacción que les lleva a comer, beber y comprar sin saber muy bien el por qué pero que acaban haciendo compulsivamente por no parecer menos que el resto de los mortales.

Viendo que el espíritu navideño está bastante adulterado, es por lo que me he propuesto recuperar el que a mí me parece el verdadero y no volver a pasarlo de puntillas como otros años, a base de reenviar mensajes que me reenviaban muy bonitos pero vacíos de sentimientos, que igual podías mandar a un viejo conocido, como a tu tía octava sólo por parecer que estabas presente en sus vidas en esos días aunque el resto del año no cruzaras una palabra con ellos.

Por eso, me he tomado mi tiempo y he hecho una lista de personas que este año han sido importantes en mi vida; no sólo me refiero a familia o amigos a los que pienso felicitar, sino también a aquellos otros menos conocidos pero que han participado en muchas de las vivencias que he tenido y sin los cuales este año no habría sido posible.

De esta manera, espero poner mi granito de arena para que como dice la canción, se note que «Love is in the air» y aunque parezca una cursilada, demostrar mi agradecimiento y mi cariño a todos mis nominados del año y hacerles partícipes de mi espíritu navideño.

Por ejemplo, este año tan intenso laboralmente voy a felicitar a la señora de la limpieza de mi trabajo. No sólo porque me ha tenido la mesa como los chorros del oro y me ha vaciado hasta dos veces las papeleras al día, sino porque también me ha animado en días de cansancio, me ha tomado la temperatura como si fuera su hija cuando me he sentido enferma, hemos compartido sueños si nos tocara la lotería, risas, consejos sobre plantas, recetas de cocina y ha sabido pasar desapercibida cuando estaba concentrada, espero que así, sepa lo mucho que valoro su trabajo.

También a todos los conductores de autobús, metro y tren que me han llevado y traído sin un accidente durante todo un año y han hecho posible que llegara al trabajo, a recoger a mis hijos al colegio, al médico y a hacer recados. Con frío o calor, han sido el compañero silencioso de tantas horas de transporte. No sé los kilómetros que habré hecho en el año, pero han sido una parte fundamental de mi equipo para ir alcanzando las metas de mi día a día más fácilmente.

A los chicos de la cafetería donde tantos desayunos he tomado; muchos acompañada de buenas compañeras y amigas, pero muchos otros sola, dándome un café que no me revolviera el estómago, tostadas y chupitos de mezclas de zumos de los que casi nunca conseguía adivinar todos sus ingredientes, con su mejor sonrisa y atención haciéndome sentir acompañada en ese ratito de descanso y desconexión del trabajo.

Tampoco puedo olvidarme de mi amenizador de horas punta, ¿os acordáis?, Frank y su trompeta, ¡no sé la cantidad de actuaciones que le habré visto este año!. Debo ser de su público más fiel y entregado. Por todas las canciones que me ha hecho recordar, por las sonrisas que me ha arrancado y los «empujoncitos» que me daba para salir a la calle con la moral bién alta y encarar el día con una sonrisa.

Y a todas esas personas anónimas que se han cruzado en mi camino, del trabajo y fuera de él, que me han hecho la vida más fácil con una sonrisa, sujetándome la puerta, resolviéndome problemas informáticos, enseñándome a poner vientre Pilates, cortándome el pelo y arreglándome las mechas o preguntándome cómo estaba, unas más fugaces en mi vida que otras, pero todas formando parte de este año que se acaba con la fiesta más bonita y emotiva para mí, la Navidad.

El año que viene, espero que mi lista de felicitaciones sea mucho más larga, porque a pesar de todo lo malo que ha traído este año, estoy segura de que siempre encontraré gente buena a mi alrededor a la que agradecer tantos pequeños pero importantes momentos de mi vida.

Danza del vientre

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Ordenando un cajón lleno de fulares, pañuelos y chales que voy acumulando desde hace años, ha aparecido el pañuelo rosa con moneditas que me compré cuando estuve yendo a clases de danza del vientre.

Haciendo memoria creo que fue hace unos 6 años. Por aquel entonces, mi vida era mucho menos complicada que ahora y podía permitirme el lujo de dedicar tiempo a mis aficiones sin andar corriendo todo el día de aquí para allá, o mejor dicho, corría pero sin esa angustia vital que hace que se te vayan amontonando las prioridades de los demás por encima de las tuyas.

Iba a una escuela muy conocida que lleva abierta unos 20 años en la zona de Chueca. Las clases eran a medio día y me acercaba en metro desde la oficina, no me daba tiempo a comer pero la experiencia merecía la pena. Mis compañeras eran de edades muy diferentes. No creáis que sólo es para gente joven, en mi grupo había un par de señoras mayores que disfrutaban igual que las demás y con la experiencia que da la edad, se movían sin complejos delante del espejo sin fijarse en lo que pudieran pensar las otras.

La profesora era una chica jovencita muy simpática que nos hacía sudar la camiseta y que nos ayudaba a ir coordinando pasos de ballet con todos esos movimientos tan sensuales que cuando llevas dos copitas y estás medio a oscuras escuchando a Shakira te parecen tan sencillos pero que cuando se trata de hacerlos en una sala llena de luces mirándote en un espejo, a las 3 de la tarde con unas desconocidas, descubres que de sencillo no tiene nada y que tu cuerpo no se mueve con la misma gracia.

Otros días, la profesora era la dueña de la academia. Una señora ya con sus añitos que bailaba tan bien y con tanta facilidad, que te dejaba con la boca abierta y hacía que las clases fueran una exhibición de estilo y elegancia mientras nos daba una lección de historia y filosofía sobre la danza del vientre. Con ella aprendí que este tipo de danza es un baile femenino, delicado, con el que la mujer se expresa y disfruta para ella misma y no para provocar al hombre como nos quieren hacer creer. Otra cosa es que los pobres mortales caigan rendidos ante nuestros encantos danzarines pero es que eso es absolutamente inevitable.

Al empezar la clase, nos iba corrigiendo la postura frente al espejo y nos recordaba que había que relajar el gesto y sonreír. Tenía una frase que nos repetía siempre y que provocaba nuestras risas a la vez que nos ayudaba a soltar tensiones e imbuirnos de esa música que te hacía sentir una perfecta bailarina, «no olvidéis nunca que somos reinas». Con ello nos quería transmitir que en ese momento no había nada más importante que fluir y bailar, que éramos especiales aunque con sus ojos viera la mayor o menor soltura con la que nos movíamos. Todos los días nos contaba también historias de su difunto marido, un conocido bailarín egipcio que vino a Madrid a fundar su escuela y dejó su legado en manos de su hija, otra conocida bailarina que es la que actualmente lleva la dirección de la academia.

El éxito de estas clases no sólo lo noté a nivel físico, os aseguro que nunca había tenido la cintura tan marcada, a parte de notarme el cuerpo más moldeado; es que en casa, cuando teníamos reuniones familiares, pretendían que les hiciera exhibiciones de mis dotes danzarinas a lo que por supuesto siempre me negué para disgusto de mi suegra, que solo con oírme decir lo de «somos reinas» y marcar una postura ya se moría de la risa.

Unos meses después me quedé embarazada y lo dejé. Creo que pasados los tres primeros meses, podría haber seguido bailando pero al enterarme de que lo que venía en camino eran mellizos, hizo que casi todo lo demás pasará a un segundo plano y me centrara en lo que estaba por venir.

No descarto poder volver a apuntarme otra vez algún día. Desde luego intentaría hacerlo en la misma academia para volver a sentirme «reina» por una hora dándole vida a las moneditas de mi pañuelo al ritmo de esa música tan embaucadora. Estoy segura de que esa segunda vez, bailaría mucho más relajada ante el espejo disfrutando al máximo de esa nueva oportunidad.

Maletitas para la comida

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Estos días me he vuelto loca contando las maletitas para llevar la comida con las que me he ido cruzando por la mañana al ir a la oficina. Me refiero a esas rígidas con cinta para colgar que son de color negro o gris de la marca ¿Valira?, sabéis cuales digo, ¿verdad?. Lo que parece una opción como otra cualquiera para llevar la comida a mí me resultan tremendas por muchos motivos.

El primero de ellos es que las suelen llevar los chicos en dos versiones; al hombro con la cinta larga, o colgando del brazo como un bolso. Vamos a ver, ¿puede haber algo menos varonil?. Imaginaros que nos cruzamos con uno de nuestros actores favoritos yendo en metro a trabajar con esa pinta, ¿qué pensaríais de Mario Casas?, y ¿de José Coronado bajándose de su Harley con esa maletita camino de un rodaje?. Seguro que se os caería un mito, ¿a qué si?. Pues eso mismo es lo que me pasa con esos desconocidos con los que me voy cruzando. Da igual si son más o menos agraciados, tanto traje, tanto chaquetón de Belstaff, tanta zapatilla de New Balance, que es verlos con ese complemento y no sé si reirme o echarme a llorar.

Por otro lado, son tan pequeñas que en los compartimentos para la comida apenas debe de caber nada, más bien parecen preparadas para tomar un menú de degustación y no para hacer una comida más o menos equilibrada que te ayude a afrontar ocho horas de trabajo con una más que segura sesión de gimnasio a medio día.

Asi que desde aquí hago un llamamiento a todos los chicos que van por el metro por las mañanas para que vuelvan a las bolsas de papel, de plástico o a las mochilas como medio para transportar la comida y dejen esas maletitas ridículas y cursis para guardar cd’s o herramientas en el altillo de un armario bién lejos de la vista.

P.D: Si Papá Noel o los Reyes Magos te regalan una, hazte esta pregunta: ¿llevaría el protagonista de mi serie favorita una maletita como esa?, la respuesta es no y siempre no. Ni el friki de Sheldon Cooper, ni el pirado de Breaking Bad la llevarían, así que conserva el ticket regalo y prepara una buena excusa para tu madre o tu abuela, y si te la regaló tu chica, ¡huye!, seguro que ella se ha comprado otra igual para ir a juego.

Escaleras

image.jpegYa sabéis la afición que tengo a subir escaleras mecánicas. En realidad a cualquier tipo de escalera porque me he dado cuenta de que voy tan acelerada por la vida que necesito moverme, así que me estoy convirtiendo en una experta catadora de escaleras.

Para mí, las mejores son las del metro. Creo que podría subirlas con los ojos cerrados. Me sé de memoria la altura de los escalones y si las subes con música se adaptan genial a que vayas marcando el ritmo con cada paso. En cambio, cuando no funcionan las mecánicas y toca subir por las de piedra es horrible porque los escalones están muy juntos y te vas machacando las piernas y si te toca bajarlas, son tan estrechos que casi no cabe el pié y voy a trompicones.

Lo malo de estar acostumbrada a subir a paso rápido es que no todas las escaleras mecánicas son iguales y puedes llevarte sorpresas desagradables. Por ejemplo, no os recomiendo que lo hagáis con las que hay en las tiendas.

Veréis, ayer tenía que hacer un recado en la planta quinta de los grandes almacenes que tengo al lado del trabajo y como siempre, iba con prisa. Instintivamente me puse a subirlas a mi ritmo rápido, cuando de pronto ví que un pareja de ancianos que iba delante de mí se agarraban al pasamanos y me miraban con cara de susto. Pobrecitos, ¡no sabéis cómo se movía y cómo sonaba la escalera!, desde luego su estabilidad debe estar pensada para dejarte llevar y abrir el apetito de las compras,  y no para «locas» que parece que van a perder la oferta de su vida si no llegan las primeras. Me quedé tan cortada que cuando les perdí de vista en la planta de señoras subí lo que me quedaba quietecita por si se estropeaban con tanto traqueteo.

Y aquí os presento la escalera de emergencia interior de mi oficina. Ojalá fuera mecánica pero no, es de piedra, de color amarillo clarito y con poca luz porque cada planta tiene un sensor de movimiento de manera que si te paras, por ejemplo a escribir un mensajito con el móvil, te quedarás sin luz y acabarás haciendo aspavientos para que se encienda otra vez. A pesar de lo sosa que parece, he decidido que va a ser mi próximo objetivo a conseguir.

Lo que he pensado es ir haciendo fondo y llegar a subirla hasta la planta 15 que es donde trabajo, sin ahogarme ni acalambrarme. No sólo se trata de hacer ejercicio físico sino también de agotarme mentalmente y ver si así consigo bajar mi nivel de estrés. Por supuesto, hay que hacerlo sin tacones, ni bolso, ni abrigo y sí cargando con una botellita de agua y el móvil por si tengo que avisar a alguna compañera para que me rescate y me lleve a respirar aire fresco contaminado en la salida de emergencia.

Otra cosa que la haría más apetecible, es decorar las paredes. Creo que sería buena idea para fomentar su uso por el personal. Se podrían pegar unos carteles animándonos en la subida como cuando ves en la tele la Vuelta Ciclista a España y les van enseñando a los ciclistas, mensajes de cómo van y la distancia que les queda. Sería algo así como » Go, go, go!», «Yes, you can!» (así también practicamos inglés), «La empresa te quiere sano», «Por el ahorro energético, usa la escalera», «Si no quieres acabar con el trasero de Kim Kardashian, sube otra más»…Por supuesto, se haría un concurso de ideas para que participáramos todos.

Mañana, me pondré a ello y trataré de convencer a alguna compañera para hacerlo más llevadero aunque, como tendríamos que subir sin hablar para no quedarnos sin aliento, no sé si pasaríamos de la tercera planta.

En fin, os iré contando cómo se me va dando.