Espejo, espejito

 

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Conoces esa sensación de mirarte en el espejo y pensar que es como si te vieras por primera vez?

Hay mañanas en las que aunque sé que me he despertado porque soy capaz de bajar la escalera y poner en marcha la cafetera, no es hasta que no me miro en el espejo del baño cuando descubro que es como si no me conociera y hubiese algo nuevo o diferente en mi cara que no hubiera visto antes.

Pasado el «susto» inicial de reconocerme con ese peinado indefinible como si hubiera estado luchando con la almohada (cosa que no he podido descartar a día de hoy) y esas nuevas o más marcadas líneas de expresión que desde hace no sé cuánto tiempo me llevan acompañando, al mirarme hay algo que no estaba ayer.

He intentado descubrir de qué podía tratarse y mis conclusiones han sido las siguientes: los focos de encima del espejo se alían contra mí para que me espabile por las mañanas, en el silencio de la madrugada a solas conmigo misma puedo escuchar cómo se despereza mi ser, como crecen las pestañas, se abren los párpados, de mis bostezos salen los primeros sonidos de mi garganta…no, no se me ha ido la pinza, aún no (creo).

Todo este rollo para comentaros que hace unos días ha sido mi cumpleaños y me siento más vieja, así, sin paños calientes…

Desde aquí desafío lo políticamente correcto y lo confieso sin pudor. Ni pestañas creciendo, ni  saludos al sol, lo que veo en el espejo es que cada vez me llaman más la atención las arruguitas que me van cruzando la cara, las de sonreír y las de las preocupaciones, las ojeras que forman parte de mí desde tiempos muy, muy lejanos, las manchitas de los rayos del sol tomado a lo bruto cuando echarle mercromina a la crema de la lata azul de Nivea, era lo más de lo más.

Todos esas experiencias han ido quedando grabadas en mi cara y como si fuesen mi ADN, revelan gran cantidad de datos sobre lo que ha sido mi vida, de la cual hay mucho de lo que no me arrepiento.

Conforme iba escribiendo esta entrada, llego a la conclusión de que si tuviese presupuesto para hacerme unos arreglos en la cara, a pesar de un sí inicial emocionado, no creo que al final fuese capaz de retocarme nada. No por miedo a cómo quedaría que desde luego es algo serio a tener en cuenta, si no porque cuando a la mañana siguiente me mirara en el espejo del baño, habría desaparecido mi yo, mis vivencias y no me reconocería.

Si me retocara, perdería el pensamiento mañanero de «si pudiera me quitaría las patas de gallo y las manchas del sol» pero sobre todo, porque no tendría los besos y los abrazos de los chicos de mi vida, para los cuales mi cara a pesar de mis «imperfecciones», es la cara de la mejor mamá del mundo.