El día de Santa Ana

Mapa_Departamento_Santa_Ana_El_Salvador

Cuando era pequeña y vivía en Jaén, el día de mi santo se celebraba casi, casi con la misma intensidad que los cumpleaños. Al venir a Madrid a vivir, descubrí que es muy poquita la gente que lo celebra e incluso algunos ni siquiera saben qué día es el suyo, una pena.

En aquellos tiempos, mi santo siempre me pillaba veraneando en el Puente de Jontoya. Haciendo memoria, he recordado a 9 Anas, incluyéndome a mí y todas, todas éramos felicitadas por los más cercanos e incluso por los vecinos con los que apenas tenías relación. Pasabas el día felicitando y felicitándote, una locura que te hacía sentir más especial.

Lo mismo sucedía con otros santos que caían en verano como la Virgen del Carmen, San Enrique, Santa Marta, San Ignacio, Santa Elena…seguramente me habré dejado algún otro santo muy popular pero con todos éstos supongo que os hacéis una idea de la importancia que tenía allí el santo.

Los años en los que mis amigas y yo éramos pequeñas, recuerdo que conforme iban llegando nuestros días especiales con su respectivo regalito, podías hacerte una idea de lo que podrían regalarte a ti, los Barriguitas de todas las razas y con todas sus variedades de ropitas y complementos; Pin y Pon, igualmente monísimos y cargados de accesorios; juegos de mesa; cartas con dibujos variados como las de las Familias, con esos dibujos de esquimales, indios, tiroleses…Con cualquiera de estos regalos, el éxito estaba asegurado y al recibirlos todas las homenajeadas con pocos días de diferencia, nos venía estupendamente para jugar y vivir aventuras con ellos todas juntas.

Además lo celebrábamos con merienda especial de medias noches, sándwiches, aperitivos y seguro que alguna tarta de galletas y chocolate también tocaba porque en aquella época era un clásico en santos y cumpleaños.

Cuando crecimos, se pasó la magia del regalito y los Barriguitas se fueron quedando de recuerdo en las estanterías. Ahora los puedes encontrar en las tiendas en una versión actualizada que no tiene nada que ver con los que llaman «de siempre». Personalmente me llevé un buen susto cuando los ví, ¡nada que ver con los míos!.

Y es que en aquellos tiempos, nos conformábamos mucho más que ahora, quizás porque el abanico de opciones era bastante más reducido y los anuncios de televisión no te bombardeaban con tantos juguetes como ahora.

Estoy convencida de que al mezclar los anuncios de niños con los de mayores, cualquier día uno de mis hijos me pedirá una lancha de Playmobil para probarla en Marina D’Or (¡Qué guay!) mientras saca las manchas de hierba con Vanish Gold.

En fin, este año he recibido un montón de felicitaciones y aunque no me han regalado ningún Barriguitas, me han llenado el día de buenos deseos y bendiciones.

Y como me queda como una horita de santo quien sabe, quizás me llegue todavía algo más…

Como Santa Ana es bien conocida por todos, os dejo un plano de una región de El Salvador que he encontrado en Google en la que hoy deben estar también celebrando Santa Ana.

P.D: Felicidades a todas mis tocayas.

 

 

 

 

Nana de los Aspersores

aspersor-riego-05.jpg

A las 11.30 de la noche se ponen en marcha los aspersores de una urbanización cercana. En medio del silencio de la noche solo se oye el «psi, psi, psi, psi, psi, …», durante una media hora acompañando a los últimos sonidos del día.

Estos aspersores me hacen recordar los veranos de mi infancia en el Puente de Jontoya, esa urbanización de la que ya os he hablado otras veces.

Allí, todas las noches a las 12 en punto se ponían los aspersores en marcha. Entonces no eran como los de ahora que salen del suelo, hacen su trabajo y vuelven a desaparecer. A los que yo me refiero son esos modelos antiguos de hierro que se clavaban en el césped y sobresalían peligrosamente, parecía que tuvieran un imán para chocarte con ellos a la altura de las rodillas o de las espinillas,  dejándonos un buen recuerdo por ir atontolinados correteando por el césped en la oscuridad.

La urbanización se construyó en lo que había sido una antigua huerta pegada a un río. La extensión de césped era enorme, había árboles altísimos, frutales, rosales, adelfas (que si olías te inflamarían la nariz, o eso era lo que nos decían los mayores) y su mantenimiento requería de muchos aspersores.

Las largas y calurosas noches de verano el césped se llenaba de padres que con sus sillas de piscina hacían la tertulia buscando el fresco que no había en los apartamentos. Los niños bocata en mano jugábamos, corríamos, cantábamos y pasábamos la noche hasta que llegaba la hora de irnos a casa.

La hora bruja eran las 12 de la noche y era imposible que se te olvidara porque empezaban a sonar los aspersores y había que salir corriendo para no mojarte, aunque para nosotros la gracia era mojarte como sin querer y de paso volver fresquito a casa. Era muy divertido ver a los padres despistados con tanta charla salir también corriendo con las sillas y llegar todos mojados a casa.

Cuando por fin estabas en la cama, el sueño iba llegando acompañado del ruido de los aspersores y poco a poco te quedabas dormido como si fuera una Nana.

Ahora la Nana sigue siendo la misma aunque las preocupaciones de entonces eran más sobre qué plan ibas a hacer al día siguiente, si propondrías salir en bici o jugar al Risk, mientras que las que tengo rondando por la cabeza están relacionadas con la comida del día siguiente, no olvidarme de llevarme fruta a la oficina y coger una chaqueta por si hace fresco por la mañana.

Misma banda sonora nocturna, probablemente mismo mes, julio, pero distinto escenario y aunque el personaje es el mismo, una servidora, ni en sus más remotos sueños de infancia se habría imaginado desvelada, viviendo en la sierra, con sus mellizos locatis, su marido, y su perrita Lúa andando por la casa, en busca del fresco que no acaba de entrar por las ventanas.

Finalmente, la Nana del Aspersor acaba haciendo su efecto y el sueño nos vence.

Felices, suaves, calurosas y tranquilas noches de verano.

 

Aquí sí hay playa

20170719_124603.jpg

Seis horas de coche nos separan de la playa. Seis horas en las que da tiempo a dormir, hablar, aburrirse, leer, chinchar al vecino de asiento, desayunar, estirar las piernas en mitad de la Mancha, desesperarse y después de contar cuatro toros de Osborne, llegar por fin a nuestro destino.

Hasta que nos aclimatamos al ambiente somos fácilmente reconocibles como los que no paran de sudar y los pálidos.

En cuanto a nuestros vecinos se dividen entre los «renegríos» propios de la localidad y los de fuera que cubren todo un abanico de tonos tostados y asalmonados, sabiendo así si son del resto del país o extranjeros, ésos de los que algunos producen dolor sólo con mirarlos por las quemaduras que lucen como medallas. Se repite así la misma historia de hace años, siguen sin aprender a protegerse del sol.

Después de unos días estamos tan aclimatados que ya estamos metidos en el ambiente playero. Cada excursión a la playa somos más profesionales, bajamos con dos sombrillas, un bolsón a reventar de juguetes, gafas de bucear, gorras, cremas, toallas, los Kindles, agua, bolsas de patatas de Casa Paco de Jaén, zumos… Lo que todavía no hemos conseguido es salir del mar con algún estilo, las piedrecitas y las conchitas se te clavan en los pies y la melodía es un «uy, ay, uy, porras…» lastimero que más que masaje te deja como si vinieras de pisar uvas una jornada entera.

Hemos hecho un castillo a prueba del agua y nos llevamos de recuerdo mil conchitas más o menos enteras que nos recordarán este invierno todos los recuerdos maravillosos de estos días en los que los niños intentaron cazar un pez con una bolsa de plástico y parar las olas cuando tanto vaivén se llevaba las palas, los cubos y nos hundía los pies en la arena a golpe de rompe olas.

El balance no puede ser mejor y volveremos con las pilas cargadas, las noches de insomnio olvidadas y habiendo disfrutado con la familia, su cariño y su entrega para que no nos faltara de nada.

Lo que no sé cómo nos vamos a quitar son el par de kilitos de más que llevamos encima y es que nos chiflan los aperitivos, la comida casera, el vinito y las cervecitas.

P.D: ¡Viva el spanish way of life y abajo los sandwiches de máquina!.

 

 

La ventana indiscreta

Foto oficina.jpg

Volviendo de nuevo el calor propio del verano, otra vez andamos con las ventanas abiertas de día y de noche.

En mi caso, al estar el dormitorio bajo el tejado es casi como dormir a cielo descubierto. Unas noches, la sensación es aplastantemente plomiza porque por más que miro a la ventana, no se mueve un pelo de aire. Otras en cambio, el vientecito serrano produce más ruido que fresco y te hace acabar con dolor de cabeza. Por suerte, lo que suele ser casi seguro es que la noche esté totalmente despejada.  El cielo se presenta lleno de estrellas y de lucecitas de aviones con los que dejar volar la imaginación viajando a lejanos lugares. Lástima que haya que madrugar porque el espectáculo es para quedarte embobado y reflexionar sobre nuestra pequeñez cósmica.

Todas esas maravillas que ofrece la noche se transforman en un brusco despertar cuando al sonar el despertador y abrir los ojos, la luz del día aparece en la habitación en exceso para un cuerpo totalmente dormido que lucha por adaptarse a la luz y no darse con algún mueble.

Mientras se prepara el café, las mismas casas de todos los días van entrando en sus rutinas mañaneras, vecinos a los que les toca afrontar el día desde bien temprano.

¿Os habéis fijado lo impertinentes que son las ventanas de vuestras casas?. Seguro que alguno pensará que no son impertinentes, son distraídas y divertidas porque la vida de los vecinos y de los viandantes da mucho juego, sobre todo cuando el calor aprieta y no hay nada mejor que hacer.

Mis viajes en autobus me dan una altitud de miras donde las ventanas se convierten en miradores desde donde los conductores ayudan a que el trayecto se haga muy distraído. Por ejemplo, en un atasco, vas pasando a cámara lenta los coches y en su interior puedes observar clases de maquillaje, peinados imposibles de terminar a golpe de acelerones y frenazos, adictos al móvil, niños absortos mirando los dibujos en las tabletas, cantantes emocionados y ese espécimen ibérico que se afana por  encontrar «algo» interesante dentro de sus orificios nasales…puaj, puaj, puaj.

Cambiando de ventana y de visiones para olvidar, imposible no recordar las ventanas de la oficina con vistas impresionantes de una céntrica zona financiera de Madrid. Las banderas de España ondean en los edificios oficiales, los coches, autobuses y peatones se mueven como si estuvieran en un diminuto circuito de coches para niños…

Y es que en un día nos asomamos a muchas ventanas indiscretas porque seamos sinceros, ese es el uso que sobre todo le solemos dar, ¡y lo divertido que es!.

Así que cuidadito con lo que haces porque detrás de cualquier ventana puede haber muchos ojos pendientes de todos tus movimientos.

¿No serías tú el que ví desde la ventana…?