La magia de la leche

Hace mucho, mucho tiempo escribí sobre las señales que nos mandaba ¿el universo, los astros, las estrellas? vete tú a saber pero ¿qué pasaría si las señales se te manifestaran mientras estás fregando? Piénsalo, sola ante el chorro del agua con el estropajo listo para limpiar una olla y de pronto, la mano se te va al brick de la leche y pones leche en vez de Fairy al estropajo. Os aseguro que la sensación es extraña. Me di cuenta cuando iba a pasarlo por la olla, después de…años fregando y tiro de la leche cuando podrías ponerte a fregar con los ojos cerrados y atinarías a coger todo lo que necesitas.

Analicemos el contexto, cocina, miércoles, 6 de la tarde, niños merendando, vuelta al cole después de las vacaciones de Navidad, sin extraescolares esa tarde, en fin, una tarde sin nada especial. Y ahí es donde quiero llegar, nada especial peeeeero pasó. Podía haberme fregado la olla un ángel como a San Isidro Labrador mientras yo dormía una siesta o meterse misteriosamente en el lavavajillas pero no, «la fuerza» llevó mi mano a la leche justo en esa tarde nada especial.

Cansancio, despiste, locura diréis, pero no, fue la fuerza/universo/astros/estrellas…la que transformó la tarde en una cábala materna-infantil sobre el porqué de mi extraña conducta digna del mejor diálogo para besugos. Sobra decir que ninguno pensó que a su madre le faltara calcio e instintivamente tirara hacia el brick y menos que su madre estuviera como un cencerro, en esto los niños son maravillosamente imaginativos. Y es que unas gotas de leche, por supuesto, puestas en el estropajo por las fuerzas del universo, fueron capaces de convertir esa tarde en una tarde fantásticamente mágica.

Os recomiendo probar no a fregar, salvo que tengáis que hacerlo, si no a estar abiertos a la magia, porque la fuerza o el qué se yo actúa cuando menos te lo esperas (aunque así entre nosotros, creo que según avanza el día suben las probabilidades). No os asustéis y disfrutar.

Vamos a ver si mañana cuando mi familia esté abducida por el fútbol y yo esté preparando la cena, mágicamente, los fideos del fondo del cazo me rebelan el resultado del partido y ganamos, ¡of course!

Recordando a Manolo Escobar

Hace unas noches encontré en Televisión Española un programa en el que recordaban a Manolo Escobar. Lo pillé empezado pero me quedé un rato viéndolo porque mientras ponían trozos de actuaciones antiguas me vinieron a la cabeza momentos en los que Manolo fue parte de mi vida.

Recuerdo fiestas de verano en la urbanización donde veraneaba, en los 80, en las que en la pista de tenis bailábamos “Y viva España”. Todo el mundo la cantaba poniendo el alma y el alcohol que llevaban encima como si fuera el himno nacional o el de su equipo de fútbol favorito. Y qué me decís de “Mi carro”, exitazo de 1969 que no puede faltar en una buena colección de música pachanguera.

Y es que al igual que algunos dicen que El Corte Inglés vertebra España, porque vayas donde vayas y le pese a quien le pese, hay uno cerca de ti, Manolo fue el nexo de unión de los españoles de varias décadas. Su “Porompompero” compuesto en  1960, hizo que todos se movieran al ritmo de esa rumba tan pegadiza y tocaran las palmas como si formaran parte del coro que le acompañaba en las actuaciones.

A parte de algunos súper éxitos, no conozco mucho su discografía pero de los retazos de las actuaciones que vi la otra noche me quedo las letras de algunas canciones en las que piropeaba a la mujer con arte y respeto. Ese que hoy falta a muchos artistas que malgastan su arte en letras arrastradas y de un gusto pésimo. Por ejemplo, entre que te canten “No te quiero por bonita ni te quiero por graciosa. Te quiero porque te quiero, por ninguna otra cosa“, y que te canten “No puedo más que pensar en tu forma de hablar. Roneando, mmm. No puedo más que pensar en tu culo al pasar rebotando”. En fin, tremenda la diferencia.

Otra cosa es que canciones como “La minifalda” se hayan quedado antiguas y suenen desfasadas y ridículas pero la letra no recurre a hablar de la ropa interior ni de las nalgas de nadie, cosa que francamente se agradece.

Hasta aquí mi homenaje al gran Manolo, que tantos buenos momentos me hizo pasar y que siempre me seguirá sacando una sonrisa. Que no se olviden sus canciones en las discotecas, las fiestas de los pueblos, las bodas, los taxis…Os dejo el enlace a “Y viva España” para que bailéis este pasodoble, baile de creación nacional del siglo SXVI: https://www.youtube.com/watch?v=v685hHVCvYw

Vamos de excursión

Esta semana los niños se iban de excursión. Su primera excursión de fin de curso. Dos noches durmiendo fuera de casa. Lo normal, pensaréis, lo que hemos hecho toda la vida, al final de algunos cursos se organizaba una excursión de varios días fuera de casa. Lo sé, pero como la normalidad se fue hace más de 2 años con la pandemia y aún seguimos tratando de recuperarnos, no sé si el tono de «se van de excursión» sería de emoción o de susto. Vamos a dejarlo en emoción contenida.

Esa emoción de madre reteniendo la respiración porque ve que su hijo empieza a caminar con un año más o menos y va peligrosamente inclinado hacia el pico de la mesa. O de esa otra que hasta que no suena el telefonillo de casa y aparece el niño o la niña a las 10 de la noche, sano y salvo no es capaz de pasar ni un currusco de pan. Y ya si en vez de a las 10 aparece a las 6 de la mañana tal y como se fue, ahí si que la mamá se ha ganado un premio a la madre del año porque a pesar de dar mil cabezadas, no ha llegado a dormirse más de 5 minutos.

Total, que así estaba yo, debatiéndome entre el deseo de que cayera un meteorito en el lugar de la excursión y se cancelara y preparando lo que tenían que llevarse con un nudo en el estómago.

Como lo del meteorito no tenía pinta de pasar, me centré en el mantra «todo va a salir bien y lo van a pasar bomba» y creo que si lo repites tropecientas veces, se cumple.

Con toda la preparación del viaje me acordé de mis viajes cuando estaba en el colegio. No es que fueran muchos de dormir fuera pero si que los viví con mucha intensidad. El de 8º de EGB fue a Ayamonte, creo, recuerdo los mosquitos, agotadores y un día que entramos a Portugal al reino de las toallas, las mantelerías, ropa por todas partes a un precio más barato que en España y los recuerdos de Portugal con forma de gallo, geniales.

Otra historia fue cuando en 3º de BUP me fuí a Roma con un grupo de compañeras del colegio. Imaginaros, Jaén-Roma en autobús, con paradas para desayunar en Valencia, comida en La Junquera y cena en la costa azul, noche en el bus y parada en Florencia antes de llegar a Roma. Compañeras durmiendo en el pasillo del autobús, impensable ahora que hay que ir con cinturón de seguridad pero es que hablamos de principios de los años 90 y muchas cosa eran distintas. Nos alojamos en Casa Kolbe, una residencia que llevaban unos mojes con los que de vez en cuando coincidíamos por algún pasillo, en silencio, en contraste con las ruidosas españolas que iban a pasar la Semana Santa en Roma y a participar en el UNIV, unas jornadas para universitarios de todo el mundo, donde unas cuantas de mi clase y yo nos colamos aún no siendo universitarias y en las que el plato fuerte era una audiencia con el Papa, por entonces, Juan Pablo II. Pasar 2 horas con el Papa, solo para nosotros, viéndole reir con las actuaciones que algunos habían preparado y siguiendo las canciones con la cabeza fue lo más alucinante. Y Roma a reventar de gente por todas partes, en los oficios de cualquier iglesia, en la plaza de San Pedro, visitando el Foro…Desde ese viaje, Roma siempre será especial para mí.

También recuerdo un par de veranos que estuve de convivencia en un colegio hermano del mío a las afueras de Marbella. Niñas de varias provincias andaluzas concentradas 10 días para pasarlo bomba y hacer nuevas amistades. Tan unidas estábamos que una de las veces, en mi habitación cogimos piojos y nos tuvieron que aislar para no contagiar al resto. Recuerdo la peste a vinagre en el pelo, las bandejas de comida que nos llevaban. Y las fiestas que montaban en un chalet cercano al colegio, que era de unos árabes, todas las noches, la música y hasta fuegos artificiales, chulísimo aunque no había quien durmiera.

Recordando todo esto, me ha servido para medio relajarme y darme cuenta de que lo normal es que haya excursiones. Que se duerma fuera, se conviva y se pase genial. Es ley de vida y así debe ser aunque cueste admitir que poco a poco me quedo sin niños y llegan otras etapas que deben disfrutar igual que cuando me tocó a mí pero lo que cuesta, cachis.

Gotas de magia

Hoy ando preparándome para la cena de Fin de Año de esta noche. En una revista venía una muestra de una súper maravillosa crema que promete eliminar el cansancio de los 364 días anteriores y dejarme el cutis, a estrenar y aquí estoy, haciendo tiempo para que llegue el gran milagro.

Mientras llega el efecto iluminador, rejuvenecedor y súper guay, estaba pensando en todo lo que me pediría a los Reyes Magos y confieso que soy tan poco original que como colofón a mi lista, me pediría un perfume. Lo reconozco, al final, acabo rendida a las mini películas o mini cortos que cuentan los anuncios de perfumes.

Valoremos el tiempo y el dineral que emplean las marcas en encontrar el anuncio definitivo, el más de lo más, el que al verlo en la tele, casi te haga oler los mil matices que componen esa maravilla para el olfato. Creaciones únicas y exclusivas que te provocan la sensación de que al ponerte una gota, el uniforme del colegio o tu ropa para ir a trabajar se transforma como la de la Cenicienta en un vestido de alta costura que te queda como un guante. Bueno, y qué me decís cuando tu pareja contagiado por el efecto de esa gota mágica, se ha transformado en el acompañante perfecto para un baile en la Luna, mientras el lobo feroz de los cuentos os mira desde un telescopio. A mí es que me pasa todas las veces que me pongo una gotita y nos envuelve a todos los que me rodean. La vida ordinaria se transforma y si es demasiado intenso el perfume, hasta los sueños se vuelven un anuncio de gotas mágicas, aunque estos sueños a mí ya se me hacen densos por el intenso olor del perfume en las sábanas y el pijama, aquí ya el perfume me revuelve, ¿no os pasa igual?

Total, que sumida en este colocón de gotas mágicas y esperando que la expresión de mi cara no acabe tan tensa que parezca eternamente soprendida de todo lo que me cuente mi familia política esta noche, os deseo un año nuevo lleno de salud, paz y buenos deseos para todos.

¡Hasta la próxima!

La tostada

Esta mañana mientras preparaba los desayunos, me planteé la siguiente cuestión, ¿qué puede significar que a una tostada de pan y aceite, le pongas una capa de mantequilla? Que estás dormida, pensaréis algunos.

Pero, ¿y si la tostada de mante-aceite significara otra cosa? Podría ser que estuviera mandándome una señal desde el más allá de las tostadas, logicamente. En fin, no pensaréis que se tienen contactos con seres de otra dimensión a las 7h de la mañana. Quizás quería decirme que tenía que engrasar mi vida porque desde luego grasa tenía un montón. Quizá ese dibujo que dejaba intuir la capa de grasa me estaba invitando a relajarme y entrar en la rueda del día suavemente sin ir agobiada porque los semáforos para llegar al cole se pongan en rojo, o porque un día más, no haya sitio para aparcar el coche en el cole. Es decir, como dice esa expresión mejicana que me rechifla, «Ahorita».

La verdad es que esa profundidad de pensamiento tan temprano es extraña, así que cuando ya me planté delante del espejo para arreglarme y al cepillarme el pelo me volvió a la cabeza la idea de la grasaza de la tostada, ahí si que lo ví claro, » ¡Rupert, te necesito!», dirían las de otra época haciendo una llamada de socorro a su peluquero, u «Oh my God» , que dirían las más modernas, mientras la foto de su melena invade las redes sociales del mundo mundial y una legión de «expertas» te asesoran sobre tu largo, color, hidratación y canas sí, canas no, en lo que tardas en tomarte el café con una tostada. Lo que la tostada puede estar queriéndome decir es que necesito un cambio, de pelo, de actitud mañanera, de coche o de vida.

En fin, que cada uno se aplique esta señal del más acá, según lo que le provoque la foto que incluyo y sigan fluyendo por el mundo con gracia y elegancia.

Hasta pronto y gracias por seguir ahí.

La pelusa

Hoy mientras pasaba la escoba por casa, he descubierto una nueva manera de mirar a las pelusas. Todo ha empezado cuando perseguía a una pelusa que se me resistía. Ya sabéis que lo bueno del aspirador es que en la primera pasada suele aspirar todo lo que hay en el suelo pero en cambio con la escoba, no pasa eso. Con la escoba, a veces, mueves lo que vas barriendo y a veces, cuesta recogerlo un poco más. Así que en esas andaba yo, pasando la escoba a toda velocidad, cuando una pelusa en el pasillo, se me resistía a entrar en el recogedor y cuando retiraba la escoba, la veía moverse hacia otro lado empujada por mis escobazos.

Tras mi enfado inicial al ver que me dejaba los riñones, porque el palo de la escoba siempre es bastante más bajito que yo y te obliga a ir un poco encorvada, para que me vacilara una pelusa, me di cuenta de que tenía dos opciones, soltar sapos y culebras por mi boca por hacerme perder el tiempo y repetirme que tenía que haber utilizado el aspirador que es más rápido y efectivo o descubrir porqué el universo me había puesto en ese momento con esa pelusa concreta en el pasillo de casa. Y de pronto lo vi claro, la pelusa quería hacerme jugar! Como si de una mascota se tratara, estaba jugando conmigo al pilla pilla, o al ratón que te pilla el gato, que jugábamos de pequeños.

Conclusión, no dejes que te vacile una pelusa y si quiere jugar, a jugar! Al menos así, la limpieza se te hará más llevadera y si no, haber usado el aspirador!

Todo al negro

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La historia se repite, podría ser la tuya o la mía, la de tu vecina o la de cualquier mujer cercana o muy lejana.

«Y cambié todo al negro…» Pero para llegar ahí antes pasé por el marrón, el verde, el azul, el beige, qué más da un color que otro, todos forman parte del pantone de colores, con cientos de tonalidades cada uno, total, elige el que te guste…

¿En qué momento renunciaste al rojo, al rosa, al amarillo?

¿Y a la ropa de tu talla y a tu pelo y a ti misma?

Es imposible poner una fecha concreta, un acontecimiento especial pero pasó y no te diste cuenta. Lo asumiste porque tenía que ser así, era lo normal, como debía ser porque dejaste de ver, de sentir, de opinar.

Es difícil de explicar y de entender, una mujer hecha y derecha, mayor de edad, reducida a una muñeca, a un ser que ni siente ni padece que solo se deja llevar, sin plantearte ni una sola coma de tu vida.

Hasta que conseguiste salir. Igual que al hacerte una herida a los pocos días la piel se va regenerando, a tu ritmo fuiste despertando y regresando a la vida, a la que tú ibas eligiendo y redescubriste el naranja, el pistacho, todos los colores y sus mil tonalidades, el arco iris a tus pies y apostaste todo al negro, porque el negro tenía premio, VIVIR.

Con todo mi cariño y mi admiración a todas las supervivientes que salieron del marrón y del beige.

Que cada día sean más.

Los toalleros salvavidas

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Hoy le dedico esta entrada a los salvavidas de las toallas, de las mantas, de las alfombras…A todos esos profesionales que se dedican a hacer «magia» y a mover a nuestros mayores con la profesionalidad y la soltura de un experto cocinero en voltear tortillas.

Hace unos días los toalleros salvavidas pasaron a auxiliar a mi suegra. Un pequeño resbalón la dejó sentada en el suelo y sin poder levantarse. Nada más pulsar el botón de su collar de la teleasistencia, una voz amiga, puso en marcha a los toalleros para ir a su casa a ayudarla, poco después sus toalleros salvavidas la habían movido y colocado en su butaca. Gracias a Dios, ella estaba bien y todo quedó en un resbalón tonto.

Hablando con Menchu me contaba cómo en un visto y no visto estaba sentada ante la mirada alucinada de los familiares que impotentes esperaban la llegada de los toalleros tragándose la angustia de verla en el suelo sin poderla ayudar.

Pasado el susto y ya riéndonos las dos por lo cómico de la situación en la que sin darse cuenta se había visto metida, me quedó ese runrún de cómo estos profesionales convertían lo difícil en algo aparentemente tan sencillo.

Queridos toalleros salvavidas, gracias por vuestra delicadeza, por vuestra amabilidad, por vuestra profesionalidad, por los ánimos que dais a todos los que auxiliáis y los que al otro lado del teléfono reciben la primera llamada de angustia.

Y ésto ya va dedicado a mi suegra, Menchu, no le cojas el gustillo a viajar en toalla por favor que en lo que viajaba Aladino era en alfombra.

 

 

El cooking plasta

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Como todos ya sabéis, el bombardeo culinario que nos rodea es tan grande que si a estas alturas no practicas el cooking, el baking o el shaking, no eres de este planeta.

Está claro que, como en España, no se come en ningún sitio, pero de ahí a que tengamos que ser todos chefs pretigiosísimos y repoblar el mundo a base de paellas y churros, hay un gran paso.

Me encanta la cocina, dar «saltos evolutivos» en los menús familiares pero procuro que mi entusiasmo no empalague ni sature a los que me rodean. La sal en su justa medida y el coñazo al personal, en cucharita de café.

Pero, ¿qué hacer cuando un iluminado de las magdalenas se empeña en que cinco filas por delante de él en el autobús, conozcan su baking art?

Esta es la historia de una de esas personas que aunque te pongas los auriculares, su tono consigue taladrarte los oídos y tu serenidad personal quiere huir a otro cuerpo. Este es nuestro hombre, un jovenzuelo encantado de conocerse que quiere premiar al mundo, o sea, a los cinco pringaos que estamos en el autobús, con su receta para hacer magdalenas, mientras trata de derretir a la chica que le acompaña y que no para de repetir, «qué crack eres Juanma, qué crack eres».

La escena se va volviendo asfixiante entre tiempos de cocción y entrenamientos de fútbol porque nuestro protagonista es multitarea, trabaja, va al gym, juega al fútbol, sale con los colegas y cocina pero, ¿dónde está el truco?, fácil, nuestro amigo vive en casa de sus padres, ajajá, así cambia la cosa, ¿verdad?

Todo esto hace que aunque todos los que corremos nuestro propio maratón diario, podamos seguir considerándonos una súper especie de otra galaxia, nos entre el nervio en plan «si él puede, yo también», porque aunque dicen que imitar es una forma de halagar, a veces, nuestra evolucionada especie, actúa movida por estúpidos resortes que la llevan al «y yo más» aunque nuestro camino en la vida claramente no sea hacer magdalenas, huevos poché o gelatinas con sabor a tierra mojada.

Así que amigos, pasad página y no os volváis pluscuamperfectos como mi protagonista porque lo empalagoso, empacha y ese buen rollo que parecen producir tus charlas culinarias acaban astragando y convirtiéndote en un plasta cuyo tufo a magdalenas hace huir hasta a Obelix.

Firmado, una compañera de autobús que si vuelve a coincidir con el baking plasta, le pondrá el tupper de las magdalenas por sombrero.

 

Estaba yo pensando…

Estaba yo pensando que estos días casi primaverales son una gozada, el solecito nos anima y llevamos mejor la semana, las risas inundan el aire, el aire huele a flores del campo, los peces beben en el río de aguas claras, un suave sonido llena mis sentidos y ¡pum!, se acabó, finito, game over.

Susto de los grandes cuando me despertaron las sirenas de los coches de la Guardia Civil, haciendo un grandísimo esfuerzo por saber dónde estaba y a la vez procesando lo que pasaba.

Otro susto en la carretera maldita, esa en la que las encinas valen más que las vidas humanas. Esta vez no ha sido nada grave, unos minutos en caravana y sobrepasamos el lugar del incidente, me quedo sin saber qué había pasado pero dando gracias de que nadie hubiera salido malparado.

Intento retomar mi sueño de armonía y paz pero ya no vuelve. Desapareció con el susto.

Ahora recuerdo el día en el que estoy y que no se parece en nada a mi sueño. El sol en la oficina es abrasador y me hace pasar la mañana con chapetas. La capa de polución que veo al fondo de la ventana hace que casi no vea la sierra de Madrid. Al abrir la puerta de emergencia buscando algo de corriente para que se renueve el ambiente sofocante no me trae ni silbidos de pajaritos ni vistas de árboles ni flores, solo entran humos de las ventilaciones de los gigantes de hierro y cristal que nos rodean y ruido, no música, de las bocinas y las sirenas que hacen otra vez que se me ponga un nudo en el estómago.

Y ahí, en medio de ordenadores, impresoras, mesas, sillas, ruidos y calorazo, aguanta mi cestita de mimbre con unas tímidas hojas verdes pero bien tiesas, desafiando los malos humos del ambiente.

Mirarlas me llenan de paz y me animan a seguir soñando y tarareando «pero mira como beben los peces en el río…»