Primer propósito de la lista: Pilates

Hace unos días he leído un artículo en el que se comentaba que no está de moda hacer una lista de propósitos para el nuevo año. Al parecer, tener esa lista pendiente a lo largo del año, provoca un estado de angustia nada recomendable al ir comprobando que muchos de ellos quedan abandonados al primer mes, otros aparecen y desaparecen como el Guadiana y alguno ni llega a ponerse en práctica.

En mi caso, a lo largo del año podría cambiar mil veces de opinión sobre lista si, lista no, así que como estoy en fase de lista si, no he hecho una lista física porque al final no sabría ni dónde la habría guardado pero he empezado por un propósito que tuve que dejar aparcado por falta de tiempo en el último trimestre del año.

He retomado las clases de Pilates.

Nunca se me ha dado bién la gimnasia, me aburría y llegué a odiar esa obsesión que había cuando hacíamos gimnasia en el colegio porque todos, nos diera miedo o no, o fuéramos más o menos deportistas, tuviéramos que hacer el pino sin darnos otro ejercicio alternativo o lo que es peor, el pino puente.

En cambio con el Pilates disfruto muchísimo. Tengo la suerte de que mis clases son para un máximo de tres personas, así que prácticamente son clases particulares. Es un centro de fisioterapia y son los mismos fisios los que dan las clases así que conocen bien mi historial de contracturas y si un día voy más cargada de cervicales o lumbares, me ponen a estirar y a trabajar más esa zona.

Es una pena que por falta de tiempo solo pueda ir una hora a la semana pero por eso la exprimo al máximo. Reconozco que algunas veces me da una pereza horrible y temo acabar vomitando lo que haya engullido diez minutos antes (lo de comer tranquila lo dejo para el fin de semana) pero bueno, en cuanto empiezo, desconecto de todo y me dejo llevar por los ejercicios, tanto, que alguna vez me lío con las respiraciones, pierdo el compás y creo que voy a acabar hiperventilando, aunque por suerte nunca me ha llegado a pasar.

Otra cosa que me encanta, es que es una clase cero competitiva. Las otras chicas, llevan más tiempo que yo y les adaptan los ejercicios a su nivel y a mí al mío así que todas felices y motivadas. Recuerdo que cuando iba al gimnasio, era inevitable fijarse en toda esa gente que hacía series interminables de abdominales y cogían mil kilos de peso con las pesas, mientras yo estaba en mi bici estática al borde del infarto intentando aguantar 20 minutos ahí subida. Además como no es un gimnasio dedicado al culto al cuerpo y a lucir modelitos, puedo ir en plan cómoda, con una camiseta de hace no sé cuántos años dos tallas más grande, y no embutida en camisetas de tirantes con el ombligo al aire y mallas una talla más pequeñas.

Y ya lo más de lo más, son esos aparatos que yo llamo de «tortura» con los que logras estirar tu cuerpo hasta donde nunca hubieras pensado que podrías llegar, ¡me encantan!, acabas muerta y llena de agujetas pero creo que si me midiera al terminar la clase, sería un centímetro más alta.

Cuando acabo, feliz con todo lo que he hecho, me tiembla hasta la tripa pero merece la pena, sales agotada pero con el subidón de haber sido capaz de hacer hasta flexiones echada encima de una pelota enorme.

En fin, espero ir cumpliendo con este propósito durante todo el año, recuperar el fondo que había cogido el año pasado y a falta de poder apuntarme a Danza del Vientre, fortalecer todo el cuerpo y acabar con las molestias de espalda por culpa de esta vida tan estresante y sedentaria que llevamos.

¡Ah! Pero que ésto no significa que me olvide de subir mis escaleras, ¡faltaría más!.

Así que ya son dos propósitos, Pilates y escaleras, no está mal.

Rutina mañanera

En esta segunda semana de vuelta a la normalidad, aún me sigue costando coger el ritmo a las mañanas, y es que salir de casa temprano justo cuando la previsión del tiempo coincide con el mes del calendario hace que ese primer tirón del día sea una prueba diaria casi olímpica.

Todas las mañanas empiezan con la misma rutina. Plumón hasta debajo de la rodilla, cuello al que le daría tres vueltas más si pudiera, botas, guantes y gorro de lana (con pompón, claro) y saliendo a la calle en 3, 2, 1…¡acción!.

Toca llegar a paso rápido (a veces creo que me lleva el viento en volandas) hasta la parada del autobús. Cuando piensas que has llegado bién y te parece que ese día no hace tanto frío, ¡horroooor! los minutos que marca el panel de la parada del autobús no duran como los minutos de tu reloj, son como los minutos de los paneles del Metro, ¡cada minuto puede tener 133 segundos! y acabas helada sí o sí.

Por suerte, para cuando llego a Madrid, he entrado en calor y ese último desplazamiento es pan comido, así que voy feliz con mi musiquita o con el Kindle hasta que aparecen mis nuevas compañeras de vagón. Dos chicas americanas (el acento las delata), de veintipocos años, muy monas, que no paran de hablar durante todo el camino. Esta mañana no hacía más que oír la palabra dresses, dresses y más dresses. Estoy convencida de que la ropa es la conversación más universal y que más nos une a todas las chicas del mundo, da igual si conocemos o no el idioma, un gesto tocándote un vestido y de ahí podemos hilar hasta llegar a ¡la paz en el mundo!.

Hoy iba concentrada con el Kindle leyendo la tercera parte de Bridget Jones. Me resistía a leerlo porque me pareció de muy mal gusto que tuviera que morir Mark para publicar una nueva entrega, pero la curiosidad me ha ganado y me moría de ganas por saber cómo le iba a Bridget con dos hijos. Todo estaba dentro de la normalidad, yo leyendo y las americanas con su runrún sobre los dresses hasta que nos hemos bajado en Nuevos Ministerios.

Para no dejar a medias una página, he subido la primera escalera mecánica por la vía lenta y al adelantarme las de los dresses, me he fijado que una llevaba botas y la otra, unas bailarinas sin calcetines. Me he quedado tan flipada que para la siguiente escalera he aprovechado que se quedaban en la derecha para adelantarlas y asegurarme de que no llevaba calcetines, ¡y no los llevaba!.

¿Cuántos grados podía haber en la calle, 6, 8?. Ya por curiosidad me he ido fijando por si veía a alguna loca más y ¡bingo!, otra chica llevaba vaqueros con vuelta, en plan pesquero y se le veían los tobillos sin calcetines solo que ésta llevaba unas zapatillas negras de cordones, tipo Superga.

Desde luego ya puede convertirse en lo más de lo más ir así en enero que yo viviendo casi en el más allá, no salgo así ni loca.

Pero claro, como tengo que darle vueltas a todo, me he puesto a pensar si no sería una cuestión de edad, es decir, que son tan jovencitas y tienen tanta vitalidad, que a su lado yo con mi botas de ante ideales, debía de parecer una viejecita forrada a capas para no cogerme una gripe o un excursionista en el Perito Moreno.

Total, que como no era plan de demostrarme si podía llevar los tobillos al aire porque iba con botas, he hecho una locura. Me he aflojado el cuello de lana y he salido a la calle así, desafiando el frío. Me he mirado en el escaparate de los relojes Omega, sintiéndome como la protagonista de su nueva campaña publicitaria al verme reflejada en el cristal y he llegado a la conclusión de que hasta con capas estoy de olé, que ni loca volvía yo a los veintitantos y que a ver cómo están ellas cuando tengan mi edad.

Ahí queda eso.

Insomnio

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Desde hace unos días el insomnio ha vuelto a mi vida. Ha debido de enterarse de que ya estoy metida en la rutina post vacacional y aquí está acompañándome noche tras noche.

Es curioso, porque parece que el cansancio que acumulo a lo largo del día no tiene la fuerza suficiente para provocarme un sueño tranquilo y reparador.

Empecé despertándome a las cinco. Esa hora, cuando estás de vacaciones y no tienes puesto el despertador, es una faena pero se arregla durmiendo cuando consigues caer rendida hasta que te despiertas, o te despiertan los niños, pero si hablamos de días de diario con despertador, es para desesperarte y ya no volver a dormirte porque en nada, sonará el despertador.

La hora ha ido variando y llevo un par de días despertándome a las dos. Me levanto, entro a ver si los niños están tapados, voy al baño, me meto en la cama y me pongo los tapones para oír lo menos posible la respiración profunda de mi marido pero cuando por fin creo que voy a dormirme, empiezo a darle vueltas a cualquier tontería que hace que inevitablemente la cabeza se ponga a funcionar y ya no haya cómo pararla.

Anoche mi desvelo se centró en la forma de posar para una foto y como no lo debía de tener claro y no sé en qué momento acabé quedándome dormida, el tema ha seguido acompañándome todo el día, hasta que esta noche he leído un artículo sobre como posan las famosas. Pensaréis que estoy fatal, pero creo que la manera de pasar página es llegando hasta el final y no dejándolo a medias porque si no, corro el riesgo de volver a desvelarme otra vez con él y la verdad es que ya me parece bastante absurdo como para dedicarle dos noches.

Total, que gracias a Internet, me he puesto al día sobre las técnicas para posar y sacar tu máximo potencial ante una cámara.

Después de la lectura ha llegado la práctica, y ahí estaba yo, frente al espejo lavándome los dientes mientras calculaba cuánto sería girar el cuerpo 45 grados. Una vez conseguido (o eso creo), he cruzado una pierna por delante de la otra, apoyando el pie que queda por delante con el dedo gordo apuntando a la cámara, he apoyado la mano izquierda en mi cintura y he echado un poquito el peso de mi cuerpo hacia atrás.

Cuando he conseguido mantener un poco la postura sin acalambrarme he practicado la sonrisa. Tiene que ser natural, sin forzar, irradiando frescura…A las diez de la noche, irradiar frescura es difícil pero no me he rendido, me he puesto la crema de noche por lo de la frescura, y la he practicado un par de veces, con el cepillo de dientes y sin el cepillo. Al final, no me ha convencido ninguna, he dado el asunto por terminado y me he ido a escribir.

Y aquí estoy, rezando para conseguir dormir del tirón y si me desvelo, que sea para pensar en el calentamiento global, en las energías renovables o en la paz en el mundo y no en este tipo de chorradas que luego me acaban persiguiendo durante el día.

Para conseguirlo, me he empollado cuales son los hábitos más saludables para crear un entorno tranquilo y relajado que invite al sueño y por desgracia, no incluye el escribir un post así que como buena alumna, lo dejo aquí, apago la luz, pongo la mente en blanco y empiezo a hacer respiraciones, ¡ojalá funcione!.

Día 1: Inspira, espira…

Primer día de vuelta al trabajo y ¡lunes!.

Después de todos estos días de vacaciones calentita en casa, esta mañana me ha tocado estrenar el año laboral con un frío realmente invernal y un viento polar.

Entre el madrugón y el frío, la llegada a Madrid ha sido traumática. Apunto he estado de no bajarme del autobús y volverme a casa pero como era imposible, me he bajado y agarrada al pasamanos de la escalera mecánica he maldecido mi suerte porque no me haya tocado la lotería y ya más tranquila he entrado en el Metro.

Para no sentirme sola en esos momentos tan duros, casi todo Madrid me estaba esperando en el andén. Parecía que me decían «te entendemos y te apoyamos»  (o eso he pensado yo), así que he ido bien aplastadita y acompañada de media humanidad hasta Nuevos Ministerios. Por suerte, llevaba mi musiquita; gracias a mi lista Mornings ha sido más llevadero, me he podido aislar y he cogido fuerzas para salir del vagón y ¡comerme el mundo! o quizás ha sido por el olor a establo del vagón por lo que he salido como una exhalación…no estoy segura.

Para cuando me ha tocado llegar a las escaleras, las he subido todas del tirón y después de llegar viva arriba cargada con mi bolsón como el de Mary Poppins, la bufanda, el gorro y los guantes, he comprobado que no estoy tan mal de forma así que he mirado mi edificio, he hecho unas respiraciones, inspira, espira…y me he dicho, «nena, tú puedes».

Balance del día 1: agotada, medio viva después de trabajo, casa y niños pero por fin, ¡a dormir!.

Mañana más.

Pon un pompón en tu vida

image.jpegEstos días están retransmitiendo los famosos saltos de esquí de toda la vida.

No recuerdo si los veía con la tele en blanco y negro pero sí que los recuerdo de hace un montón de años. Nunca me acordaba de ellos pero cuando los veía me gustaban, aunque reconozco que la atención que les prestaba no conseguía dejarme huella y en unas horas habían pasado al olvido.

Este año en cambio lo que estoy viendo me está gustando un montón. Me alucina el valor que tienen para tirarse desde esas alturas y que consigan caer con tanto estilo sin romperse la cabeza, ¡es increíble!.

Hoy he aprendido que saltan desde cuatro ciudades diferentes y que por eso no es que estuviera viendo una repetición, sino que estaban los mismos que saltaron el día uno, pero en Innsbruck.

Reconozco mi incultura total sobre esta disciplina pero es que me sonaban los participantes; en particular los noruegos aunque todos menos los japoneses (obviamente por sus rasgos) son muy parecidos, blancos como la leche, más bien desnatada porque su tono de piel es casi transparente, con monos casi idénticos, y unos cascos rosas imposibles de olvidar.

Aunque lo que más me está gustando es cuando una vez terminado el salto, enfocan a los entrenadores y al resto del equipo y a parte de que todos sonríen aunque el salto no haya sido bueno, ahí están animando con esos gorros de lana con sus pompones que no paran de moverse, y no creáis que son azules o negros, ¡son naranjas, rosas, color salmón!. Choca ver a esos tiarrones con la piel bién curtida por el frío con ese estilismo, pero ¡me encanta!.

No sé si les gustará lucir esos gorros o tendrán que ponérselos por los patrocinadores pero creo que un gorro con pompón es mucho más favorecedor, si no, pareces un pescador que lleva gorro no para ir luciéndose sino como parte de la ropa de trabajo, para protegerse en alta mar.

La pena es que mi entusiasmo por los pompones no encuentra apoyo en casa. Cuando le he dado mis explicaciones sobre lo bien que sientan a los chicos los gorros con pompón, mi sufrido esposo, que aguanta mis charlas como un campeón, se ha limitado a un «si, seguro».

¡Pues vaya entusiasmo!, me he quedado tan chafada que quizás si le compro uno y comprueba el efecto pompón en su vida, cambie de opinión, o no…

La foto está sacada de la tele, así podéis elegir modelo. A mí me gustan todos y desde luego no me pienso perder el día 6 el último trampolín desde Bischofshofen, en Austria.

Hoy no me puedo levantar

No consigo explicarme cómo puedes estar durmiendo plácidamente y de pronto un movimiento, y se acabó la magia. Te despiertas con una sed desértica, dolor de cabeza y por más vueltas que das en la cama ya no consigues volver a quedarte dormido. Eso es lo que me ha pasado hoy, siete horas escasas de sueño y otra vez en pié.

Aprovecho que todos duermen para hacer un desayuno tranquilo, tomando conciencia de que aún me duelen los pies y de que soy capaz de coordinar mis movimientos porque el café y las cosas del desayuno están donde todos los días. Miro la cocina y ahí sigue pendiente todo lo que anoche no acabamos de recoger por el cansancio y para no molestar a los niños que aguantaron hasta el final y aún tenían cuerda para mucho más. La idea era ir recogiendo al terminar el café pero ya empiezo incumpliendo propósitos porque me puede el cansancio y a lo más que llego es a tirarme en el sofá, taparme con una mantita y rezar para que nadie suene hasta dentro de un buen rato.

Balance físico: me duele….mejor dicho, no me duelen los codos, el resto de mi cuerpo parece que ha sufrido un terremoto y pide a gritos sofá, sofá y sofá. Mis ojos aún tienen restos del maquillaje, la verdad es que no sé ni cómo fuí capaz de pasarme una toallita y creo que hasta me lavé la cara con agua fría pero no me acuerdo de nada, total, que ahí siguen los restos de mis pinturas de guerra y de la resaca del alcohol.

Balance mental: hoy es viernes, creo, día uno, ¿qué pongo de comida?…

Sé que hay algo más…¡el concierto de Año Nuevo!. Siempre ha sido tradición hasta que me casé verlo en familia, pero estos últimos años con los niños apenas hemos visto nada porque ganaban los dibujos.

Pensándolo bién, el mando está tan lejos, y se está tan a gusto tapadita que luego pongo el concierto, ahora a disfrutar de la paz y la tranquilidad…

«Mamiiiiiiiiii, Mamiiiiiiiiii…..»

Vuelta a la realidad,  ¡Feliz Año Nuevo!.