Los toalleros salvavidas

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Hoy le dedico esta entrada a los salvavidas de las toallas, de las mantas, de las alfombras…A todos esos profesionales que se dedican a hacer «magia» y a mover a nuestros mayores con la profesionalidad y la soltura de un experto cocinero en voltear tortillas.

Hace unos días los toalleros salvavidas pasaron a auxiliar a mi suegra. Un pequeño resbalón la dejó sentada en el suelo y sin poder levantarse. Nada más pulsar el botón de su collar de la teleasistencia, una voz amiga, puso en marcha a los toalleros para ir a su casa a ayudarla, poco después sus toalleros salvavidas la habían movido y colocado en su butaca. Gracias a Dios, ella estaba bien y todo quedó en un resbalón tonto.

Hablando con Menchu me contaba cómo en un visto y no visto estaba sentada ante la mirada alucinada de los familiares que impotentes esperaban la llegada de los toalleros tragándose la angustia de verla en el suelo sin poderla ayudar.

Pasado el susto y ya riéndonos las dos por lo cómico de la situación en la que sin darse cuenta se había visto metida, me quedó ese runrún de cómo estos profesionales convertían lo difícil en algo aparentemente tan sencillo.

Queridos toalleros salvavidas, gracias por vuestra delicadeza, por vuestra amabilidad, por vuestra profesionalidad, por los ánimos que dais a todos los que auxiliáis y los que al otro lado del teléfono reciben la primera llamada de angustia.

Y ésto ya va dedicado a mi suegra, Menchu, no le cojas el gustillo a viajar en toalla por favor que en lo que viajaba Aladino era en alfombra.

 

 

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El cooking plasta

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Como todos ya sabéis, el bombardeo culinario que nos rodea es tan grande que si a estas alturas no practicas el cooking, el baking o el shaking, no eres de este planeta.

Está claro que, como en España, no se come en ningún sitio, pero de ahí a que tengamos que ser todos chefs pretigiosísimos y repoblar el mundo a base de paellas y churros, hay un gran paso.

Me encanta la cocina, dar «saltos evolutivos» en los menús familiares pero procuro que mi entusiasmo no empalague ni sature a los que me rodean. La sal en su justa medida y el coñazo al personal, en cucharita de café.

Pero, ¿qué hacer cuando un iluminado de las magdalenas se empeña en que cinco filas por delante de él en el autobús, conozcan su baking art?

Esta es la historia de una de esas personas que aunque te pongas los auriculares, su tono consigue taladrarte los oídos y tu serenidad personal quiere huir a otro cuerpo. Este es nuestro hombre, un jovenzuelo encantado de conocerse que quiere premiar al mundo, o sea, a los cinco pringaos que estamos en el autobús, con su receta para hacer magdalenas, mientras trata de derretir a la chica que le acompaña y que no para de repetir, «qué crack eres Juanma, qué crack eres».

La escena se va volviendo asfixiante entre tiempos de cocción y entrenamientos de fútbol porque nuestro protagonista es multitarea, trabaja, va al gym, juega al fútbol, sale con los colegas y cocina pero, ¿dónde está el truco?, fácil, nuestro amigo vive en casa de sus padres, ajajá, así cambia la cosa, ¿verdad?

Todo esto hace que aunque todos los que corremos nuestro propio maratón diario, podamos seguir considerándonos una súper especie de otra galaxia, nos entre el nervio en plan «si él puede, yo también», porque aunque dicen que imitar es una forma de halagar, a veces, nuestra evolucionada especie, actúa movida por estúpidos resortes que la llevan al «y yo más» aunque nuestro camino en la vida claramente no sea hacer magdalenas, huevos poché o gelatinas con sabor a tierra mojada.

Así que amigos, pasad página y no os volváis pluscuamperfectos como mi protagonista porque lo empalagoso, empacha y ese buen rollo que parecen producir tus charlas culinarias acaban astragando y convirtiéndote en un plasta cuyo tufo a magdalenas hace huir hasta a Obelix.

Firmado, una compañera de autobús que si vuelve a coincidir con el baking plasta, le pondrá el tupper de las magdalenas por sombrero.