Recuerdos de verano (2)

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Recuerdo como de lo más divertido del verano, cuando llegaban los días de las fiestas. Todos los años hacia el 15 de agosto estábamos con la agenda llena de competiciones deportivas, de juegos de mesa, pero había dos eventos que eran «lo más»: el desfile de disfraces y la fiesta con discoteca hasta las 3 de la mañana en la pista de tenis.

Desde días antes de la famosa fiesta de disfraces, las mamás se afanaban en inventarse disfraces de todo tipo. Se les ponía la imaginación en marcha y acababan sacando disfraces de hombres «primitivos», emperadores romanos, fantasmas, demonios…dándole vueltas a las telas, las sábanas y a cualquier cosa que tuvieran a mano.

Mi madre que cosía a máquina me hizo verdaderas maravillas de disfraces como el de hawaiana de pequeña y de mayor, de hada, de holandesa, de mora, de zíngara…Luego los íbamos prestando y aprovechando los de las demás niñas de manera que siempre andábamos reciclando y adaptando disfraces.

Un año, fuimos seis niñas disfrazadas de bolsas de caramelos. Llevábamos unas fundas de plástico transparente del cuello a las rodillas y por dentro, globos envueltos en celofán de colores. Cada una representaba un color y nos distinguíamos por las cintas que llevábamos en el cuello y en las coletas. ¡Quedó chulísimo!.

¡Y cómo no acordarme de cinco hermanos chicos que un año salieron disfrazados de niñas!. Iban cogidos de la mano, sin hablar, con vestidos y zapatos que su madre le había pedido a la mía y a las de mis amigas previamente, con coletas y unos coloretes bien redondos. Recuerdo a unas señoras que comentaron al verlos: «A estas pobres su madre solo las ha peinado y las ha pintado unos coloretes». Hay que reconocerles que lo hicieron muy bien y aguantaron el desfile sin reírse a pesar de que todos les fuimos reconociendo al ir dando vueltas a la piscina desfilando totalmente emocionados.

En cuánto a las fiestas de discoteca, eran la noche que los padres tenían la cena de mayores en la pista de tenis y por allí andábamos revoloteando y dando la lata todos los niños. Cuando acababan, empezaba la música con unos pasodobles, las parejas iban arrancando a bailar hasta que «el pincha» se lanzaba a poner Mecano, Georgi Dann, las canciones del verano…Mientras, todos bailábamos con mayor o menor gracia hasta que los padres se retiraban y nos mandaban a la cama, ¡qué pesados!. Nosotros suplicábamos, «una más y nos vamos», hasta que de verdad nos íbamos a la cama cansados pero aún nerviosos por tantas emociones.

Estos retazos de mi infancia, los guardo con mucho cariño. En ese tiempo aprendí a nadar con los monitores que venían todos los veranos a darnos clases antes de que se abriera la piscina. Al final del curso nos entregaban un diploma de aprovechamiento, aún tengo alguno guardado.

También aprendí a soltarme con la bici grande de dos ruedas, una Motoretta roja, gracias a Marisol, la chica que cuidaba a unas amigas y que con más paciencia que un santo nos iba enseñando a todas.

Tres cohetes nos avisaban el sábado por la tarde de que iba a empezar la Misa. Cada uno bajaba su silla de la piscina y nos agrupábamos por familias. La cantidad de vecinos de nuestra urbanización y de las cercanas que venían. Por suerte, Santa María del Jontoya, nos protegió mientras estuvimos bajo su amparo.

Así iba pasando el verano, haciéndonos expertos en las bocinas de las furgonetas de reparto. Nunca falta el panadero y su bollería deliciosa que en seguida se le agotaba; las frutas y las verduras de la huerta de Blas; el lechero; el pescadero; el de los huevos traídos de no recuerdo qué granja; y el del camión de las bombonas de butano que las movía para que reconociéramos que era él. Desde luego no podíamos comer cosas más sanas, ¡directas de las granjas y las huertas!.

Para terminar me quedo con el recuerdo del cine de verano. Detrás de mi bloque, donde aparcaban los coches pusieron una lona enorme que cuando no se usaba se quedaba subida como un toldo, y en la pizarra de la pista de tenis, adelantaban la programación de esa noche. Bajábamos con sillas de la piscina, bocadillos, chuches, mi botellas de agua era una de cristal de Frucos, de los zumos. Todos los veranos repetían Grease y cuando salía una escena un poco subidita de tono, los papás se encargaban de cortar la cinta y seguían con la proyección. Al acabar, los mayores intentaban encontrar los trocitos de lo censurado, qué recuerdos…

Me siento privilegiada por haber tenido esos veranos tan divertidos, tan acompañada de buenas amigas con las que aún mantengo la relación y alejados del calor de la ciudad.

Ha tenido que pasar muuuuuucho tiempo para que los buenos recuerdos sobresalgan sobre los malos (que también los hubo) pero como digo, gracias mamá y gracias papá por tantos veranos felices.

P.D: La foto es real pero no doy pistas de los integrantes porque ya ha llovido mucho desde que nos la hicieron.

Recuerdos de verano (1)

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Hoy he estado haciendo memoria de la cantidad de Santos de personas conocidas que se celebran en verano; la Virgen del Carmen, San Enrique, Santa Ana y San Joaquín, Santa Marta, San Ignacio, la Virgen Blanca, la Virgen de la Paloma, Santa Elena… Un ramillete bastante grande que unido a otros cuantos cumpleaños, daban como resultado que mis veranos de la infancia fueran una fiesta continua.

Por aquel entonces, veraneaba en una urbanización preciosa a las afueras de Jaén. Éramos de los privilegiados que podíamos huir del calor espantoso que hacía en la ciudad y que por las noches se volvía insoportable y eterno.

En esta urbanización pasé una infancia feliz rodeada de amigas que sigo manteniendo a pesar de los años y la distancia. Nunca las olvidaré ni a ellas ni a sus familias que acogieron a la mía, sin ser de Jaén con todo su cariño y nos hicieron sentir totalmente integrados.

Cuando acababa el colegio en Junio, empezábamos a aterrizar por allí cargados de maletas, ventiladores, menaje de cocina, la olla exprés y mil utensilios más que hacían que visto desde fuera parecieran auténticas mudanzas para tres meses.

La urbanización estaba llena de niños de todas las edades y al ser una cuidad pequeña, éramos muchos los que nos conocíamos del cole, de la parada del autobús, por ser familia, total, que en cuanto llegaba el mes de Julio, comenzaban a ponerse en marcha las efemérides con San Enrique. Casi sin pensar, me vienen a la memoria cuatro, así que nos pasábamos el día felicitando a los padres y a los hijos. Todos nos tratábamos como para felicitarnos aunque luego no volviéramos a coincidir ningún otro rato. Ahí se notaba el ambiente de cercanía y de urbanidad que teníamos todos.

Por desgracia, cada vez, nos alejamos más los unos de los otros y los médios electrónicos han suplantado a los abrazos y besos «reales» que nos dábamos por cualquier causa de celebración que se nos planteara.

Con la Virgen del Carmen, Santa Ana y Santa Elena, el número de felicitaciones subía bastante. Es curioso que en Madrid apenas se celebran los santos pero allí, era una fiesta y algún regalito te llegaba siempre, generalmente algún Barriguitas o Barbie, o algún libro.

Yo estaba feliz con cualquier cosa que me regalaran pero nada se podía comparar a cuando por la Virgen del Carmen, llegaba la noche y la tuna de Peritos venía a rondar a Carmen.

Carmen, es la matriarca de una familia muy querida para mí. Su marido, Antonio, era profesor en Peritos, tan bueno y tan agradable que nadie podía resistirse a sus peticiones. Ooooh, ¡cómo tocaban de bien!, ¡qué vistosas sus capas llenas de cintas!. Ensimismadas al son de «Clavelitos», soñábamos que algún día también vendrían a rondarnos a nosotras. Lo más cerca que los tuve fue cuando rondaron a mis vecinas del segundo piso porque un primo de ellas formaba parte del grupo, y yo estaba en el primero, escuchándoles con mi abuela Nené que se sabía todas las canciones. Cuando acababan, subían a casa de la que festejaba y les invitaban a una cervecitas para recuperar fuerzas antes de marcharse.

Creo que más adelante para el cumple de la hija mayor de Carmen, Marisa, también volvían a venir a repetir su actuación. Siempre me quedaré con esa espinita clavada de que no me rondaran a mí pero luego evolucioné a los Mariachis y si alguien cercano a mí lee esto, ya sabe, mejor mariachis que la tuna.

Hasta aquí en cuestión de santorales y demás efemérides.

En breve seguiré compartiendo más recuerdos porque los casi cuatro meses que alargábamos el verano, daban para muchos más recuerdos y anécdotas.