Nana de los Aspersores

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A las 11.30 de la noche se ponen en marcha los aspersores de una urbanización cercana. En medio del silencio de la noche solo se oye el «psi, psi, psi, psi, psi, …», durante una media hora acompañando a los últimos sonidos del día.

Estos aspersores me hacen recordar los veranos de mi infancia en el Puente de Jontoya, esa urbanización de la que ya os he hablado otras veces.

Allí, todas las noches a las 12 en punto se ponían los aspersores en marcha. Entonces no eran como los de ahora que salen del suelo, hacen su trabajo y vuelven a desaparecer. A los que yo me refiero son esos modelos antiguos de hierro que se clavaban en el césped y sobresalían peligrosamente, parecía que tuvieran un imán para chocarte con ellos a la altura de las rodillas o de las espinillas,  dejándonos un buen recuerdo por ir atontolinados correteando por el césped en la oscuridad.

La urbanización se construyó en lo que había sido una antigua huerta pegada a un río. La extensión de césped era enorme, había árboles altísimos, frutales, rosales, adelfas (que si olías te inflamarían la nariz, o eso era lo que nos decían los mayores) y su mantenimiento requería de muchos aspersores.

Las largas y calurosas noches de verano el césped se llenaba de padres que con sus sillas de piscina hacían la tertulia buscando el fresco que no había en los apartamentos. Los niños bocata en mano jugábamos, corríamos, cantábamos y pasábamos la noche hasta que llegaba la hora de irnos a casa.

La hora bruja eran las 12 de la noche y era imposible que se te olvidara porque empezaban a sonar los aspersores y había que salir corriendo para no mojarte, aunque para nosotros la gracia era mojarte como sin querer y de paso volver fresquito a casa. Era muy divertido ver a los padres despistados con tanta charla salir también corriendo con las sillas y llegar todos mojados a casa.

Cuando por fin estabas en la cama, el sueño iba llegando acompañado del ruido de los aspersores y poco a poco te quedabas dormido como si fuera una Nana.

Ahora la Nana sigue siendo la misma aunque las preocupaciones de entonces eran más sobre qué plan ibas a hacer al día siguiente, si propondrías salir en bici o jugar al Risk, mientras que las que tengo rondando por la cabeza están relacionadas con la comida del día siguiente, no olvidarme de llevarme fruta a la oficina y coger una chaqueta por si hace fresco por la mañana.

Misma banda sonora nocturna, probablemente mismo mes, julio, pero distinto escenario y aunque el personaje es el mismo, una servidora, ni en sus más remotos sueños de infancia se habría imaginado desvelada, viviendo en la sierra, con sus mellizos locatis, su marido, y su perrita Lúa andando por la casa, en busca del fresco que no acaba de entrar por las ventanas.

Finalmente, la Nana del Aspersor acaba haciendo su efecto y el sueño nos vence.

Felices, suaves, calurosas y tranquilas noches de verano.

 

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Un comentario

  1. evavill · julio 23, 2017

    Muy bonito, Ana.

    Le gusta a 1 persona

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