La terraza

Hace unos días abrieron al lado de mi oficina una cafetería de una marca muy conocida, con cafés e infusiones de todos los rincones del mundo a precios desorbitantes pero que vuelve loco a casi todo el mundo. Su zona de mesas y sillones pegados a las cristaleras está siempre muy solicitada y ésta además, tiene el atractivo de contar con una terraza en medio de esta zona comercial y de oficinas de Madrid.

A los clientes, casi todos extranjeros, no les importa si hace sol o es un día frío y desagradable, las terrazas les sirven para hacer un descanso de sus compras, visitas turísticas y además, para ver el ambiente y ser vistos.

En este caso, lo de ver y ser vistos no acababa de verlo claro, así que me he puesto a divagar sobre cómo convencería a los clientes para que se sentarán a tomar algo porque, por más que la miro, solo veo jardineras con bambú detrás de las cuales parece casi imposible adivinar si hay alguien sentado detrás de tanta rama.

Veamos, apenas le da el sol, por lo que tienes que dar un café increíblemente bueno para que algún valiente se atreva a sentarse y no acabar congelado hasta que un camarero adivine que estás ahí, difuminado entre el bambú.

Como ventajas, destacaría que mientras esperan que les atiendan y disfrutan de su café, pueden ver cómo van saliendo mis compañeros y los empleados de los grandes almacenes a fumar y, el estruendo que montan esas filas larguísimas de carros de la compra que dejan enganchados a la entrada de los grandes almacenes, apasionante, ¿no?.

Aunque como máxima diversión, les recomendaría que no dejarán de sentarse los días lluviosos para ver el espectáculo de patinaje que vamos dando todos, por culpa de las baldosas que hay a la entrada de mi oficina. Son una herencia de los antiguos ocupantes de mi edificio, un banco de los de toda la vida, que se construyó una torre y puso unas baldosas corporativas con las iniciales del banco, que parecen tratadas con una cera imborrable y que, pasados unos años, acabó por mudarse a las afueras, comprando nosotros la torre con todas las sorpresas que nos guardaba dentro y fuera, incluyendo las famosas baldosas.

No sé cuántos compañeros se han caído ya, a mí todavía no me ha tocado, pero por más que las maldecimos, no conseguimos que las cambien.

En fin, que ya que proporcionamos espectáculo, los dueños de la cafetería, deberían darnos una comisión por ser los más divertidos y originales distrayendo a su clientela mientras les clavan por el café, y nos graban con el móvil que luego, vete tú a saber dónde acabarán colgados los videos. De esta manera, conseguiríamos ir haciendo un fondo para cambiarlas.

Hasta entonces, yo voy bordeándolas como mucho cuidado y pensando en el poco partido que le sacan a la terraza porque si me la dejaran a mí, ¡hasta churros le ponía en la carta!.

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