Querido diario

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Querido diario:

Hoy cuando ha sonado el despertador, he abierto los ojos con una sonrisa, feliz por haber dormido 6.30 horas. He atinado a ponerme las zapatillas correctamente a la primera y haciendo respiraciones y estiramientos de cuello, he bajado a prepararme el desayuno.

El café tenía un sabor delicioso y lo he acompañado de dos magdalenas y dos bizcochitos de chocolate industriales llenos de colesterol y espero que sin aceite de palma, entiende querido diario que a las 6.45 mi vista no acierte a leer con claridad tanto E-…, y sus derivados, pero ¡qué más da cuando son las 7 de la mañana, de un miércoles cualquiera y los pajaritos cantan!. Al sol todavía no le he visto, tiene suerte y duerme más que yo…

El lavavajillas lo he vaciado al ritmo de los comentarios de Federico (el director de “Es la Mañana de Federico” en Es Radio) con su toque diario de ironía y positivismo, visualizando los “brotes verdes” que se siguen llevando los mismos chorizos y chorizas de todos los días pero, ¡no pasa nada!, soy feliz en ese instante porque estoy centrada en guardar los cubiertos con una sonrisa dedicada a toda mi vajilla, gracias querido lavavajillas por hacer tan bien tu trabajo y dejarme todo reluciente.

Mis hijos han sido dos angelitos que han desayunado en un periquete. Por supuesto se han lavado sin rechistar, se han vestido y han llevado la ropa sucia al cesto sin tener que repetírselo ni una vez. Les ha dado tiempo a jugar y a dejar todo recogido, ¡se respira tanta calma en el ambiente!.

Todo “fluye” con tanta armonía que hasta me dan ganas de cantar como Froilan María en “Sonrisas y Lágrimas” pero como no se saben las canciones, opto por «Susanita tiene un ratón» ésta la siguen mis niños con sus voces dulces y afinadas como angelitos.

Sigo “fluyendo” mientras me arreglo…Opto por un conjunto de la temporada 20.., no doy pistas que luego me copiáis, bueno, solo una, mis hijos eran bebés…¡pero es que me encanta la ropa vintage!.

Mi marido se ha afeitado sin cortarse el pescuezo porque está tan espabilado por haber dormido 6 maravillosas horas y se ha levantado tan descansado que se siente a tope de motivación para empezar a trabajar y dejarse la vista en la pantalla del ordenador pero ningún problema porque está tan, tan guapo con gafas ( esto es en serio). Los “disgustillos” le han llenado la cabeza de canas pero como ese pelo es más fuerte cuando se vuelve plateado, así no se quedará calvo, ¿ves querido diario como todo es maravilloso?.

Mi pequeña peludita “Lúa”, se encarga de “guardar” las zapatillas de casa de todos, a lo mejor han desaparecido las plantillas o les ha hecho un agujerito pero así se ventilan y salen los malos olores. Es un amor peludo que casi, casi no se le sale el pipí del periódico, ¡es una cachorrita tan perfecta!.

Y así con tanto amor, seguimos «fluyendo» cada uno en sus obligaciones.

Esta tarde volveré a mi casita y se me iluminará la cara cuando vea todo lo que tengo en «pendientes» pero, querido diario, ahí estarás tú de testigo para dejar constancia de la ilusión que me hace limpiar los baños y hacer puré.

Querido diario, ¡qué bueno es saber PRIORIZAR!.

«¡Volando voy, volando vengooooo…!».

 

 

 

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Adaptándome al cambio horario

Arrancando la primavera cambiamos la hora y volvemos de vacaciones, ¿quién da más?.

Los expertos nos aconsejan calma para adaptarnos al cambio horario pero y eso, ¿cómo se hace?, ¿acaso nos van a dar un día de paréntesis para prepararnos?, pues no, nos dan un domingo encima con una hora menos para asimilar la nueva situación. Para cuando llega esa primera noche, andamos locos de tanto darle vueltas a si son las 11 nuevas o antiguas, porque seguimos sin poder dormir como todos los domingos haya o no cambio horario.

La semana va rodando y el mundo considera que ya nos hemos adaptado a la nueva hora, por lo que aunque mientras te tomas el café pienses, todavía podía estar en la cama, rápidamente te espabilarás cuando mires algún reloj de casa con la hora antigua (la hora del teléfono fijo de casa aún no ha cambiado) y dudes de si son las 7, las 8…pero, ¿cuál es la hora buena?.

¿Y lo que dura el sol?, es maravilloso sentir que tenemos más luz, que el sol nos acompaña y qué bien porque el sol es vida aunque ya son las 7 de la tarde y podía bajar un poco su intensidad porque parece que mi hijos la «huelen» y siguen con el mismo gas que si fueran las 10 de la mañana. Como sigue sin bajar, opto por ir cerrando las persianas poco a poco aunque ahí fuera sigue habiendo luz y, ¡son las 8!.

Para cuando tengo a los niños cenando me doy cuenta de que por fin ya no hay ni sol ni luz, ¡menos mal!, se va acabando el día, este día taaaaan largo que a mí se me está haciendo eterno.

Seguro que puedo resultar rara porque parece que huyo del sol pero es que cuando el ritmo del día es el mismo que el de la semana pasada con el mismo ritmo frenético de trabajo, niños, casa y vuelta a empezar, esta madre rara, rara, solo pide que el sol colabore un poquito para que cuando diga «¡a cenar!», no me miren como pensando será a merendar porque todavía hay luz. Por lo que desde aquí les digo a los expertos en cambio horario que para esta madre, ésto es un faena y como son los responsables, espero que vengan a mi casa a explicarle a mis angelitos que aunque haya luz, se cena y que aunque parezca que los días son muy largos, también se acaban y su mamá pretende acabar su jornada a la hora de siempre y no una hora más tarde.

Mañana seguiré adaptándome a salir medio a oscuras. Con lo que me gusta llegar a trabajar con el sol bien alto, salir del Metro con las gafas de sol puestas, mirar un escaparate y bueno, solo me faltaba el café y el croissant para parecer Audry Hepburn en Desayuno con diamantes aunque la verdad es que yo miro el escaparate no por parecer Audry después de una noche de fiesta,  sino para asegurarme de que realmente estoy frente al escaparate  ya que sin saber muy bien cómo he llegado un día más a la oficina a pesar de que un rato antes mis piernas no eran capaces ni de dar un paso, pero sorprendentemente al final, siempre acabo llegando.

Por otro lado, lo de que la primavera, la sangre altera, creo que está sobrevalorado. Por aquí todo el mundo anda alterado sea diciembre o abril. Todos corren igual por la mañana, la falta de urbanidad está presente todo el año y el estrés forma parte de nuestra alteración diaria. Veamos, ¿quién no ha leído u ojeado algún artículo sobre auto ayuda?, ya sea sobre «Cómo potenciar tus valores en una entrevista de trabajo», «Cómo conseguir un cuerpo diez» o «Cómo desenvolverte con gracia y elegancia aunque te falle internet»…seguro que alguna vez has «caído» en la tentación de leerlos  y éso es porque en el fondo todos andamos alterados e inseguros, que la primavera lo acentúe ya lo iremos viendo.

Por lo pronto, yo sigo asombrándome de que se me vaya la cobertura en el ascensor, hay que ver, un día más acabo cayendo en lo mismo, me quedo mirando el circulito dando vueltas y más vueltas, claro hasta la planta 15 se puede hacer muy, muy largo.

Creo que la solución puede ser pegarme más a la puerta del ascensor, igual así por ese hilillo se cuele la cobertura, o no…Vaya, ya no sé si son las mechas las que me afectan o la primavera, a ver cómo lo diferencio, seguiré dándole vueltas y más vueltas…

La terraza

Hace unos días abrieron al lado de mi oficina una cafetería de una marca muy conocida, con cafés e infusiones de todos los rincones del mundo a precios desorbitantes pero que vuelve loco a casi todo el mundo. Su zona de mesas y sillones pegados a las cristaleras está siempre muy solicitada y ésta además, tiene el atractivo de contar con una terraza en medio de esta zona comercial y de oficinas de Madrid.

A los clientes, casi todos extranjeros, no les importa si hace sol o es un día frío y desagradable, las terrazas les sirven para hacer un descanso de sus compras, visitas turísticas y además, para ver el ambiente y ser vistos.

En este caso, lo de ver y ser vistos no acababa de verlo claro, así que me he puesto a divagar sobre cómo convencería a los clientes para que se sentarán a tomar algo porque, por más que la miro, solo veo jardineras con bambú detrás de las cuales parece casi imposible adivinar si hay alguien sentado detrás de tanta rama.

Veamos, apenas le da el sol, por lo que tienes que dar un café increíblemente bueno para que algún valiente se atreva a sentarse y no acabar congelado hasta que un camarero adivine que estás ahí, difuminado entre el bambú.

Como ventajas, destacaría que mientras esperan que les atiendan y disfrutan de su café, pueden ver cómo van saliendo mis compañeros y los empleados de los grandes almacenes a fumar y, el estruendo que montan esas filas larguísimas de carros de la compra que dejan enganchados a la entrada de los grandes almacenes, apasionante, ¿no?.

Aunque como máxima diversión, les recomendaría que no dejarán de sentarse los días lluviosos para ver el espectáculo de patinaje que vamos dando todos, por culpa de las baldosas que hay a la entrada de mi oficina. Son una herencia de los antiguos ocupantes de mi edificio, un banco de los de toda la vida, que se construyó una torre y puso unas baldosas corporativas con las iniciales del banco, que parecen tratadas con una cera imborrable y que, pasados unos años, acabó por mudarse a las afueras, comprando nosotros la torre con todas las sorpresas que nos guardaba dentro y fuera, incluyendo las famosas baldosas.

No sé cuántos compañeros se han caído ya, a mí todavía no me ha tocado, pero por más que las maldecimos, no conseguimos que las cambien.

En fin, que ya que proporcionamos espectáculo, los dueños de la cafetería, deberían darnos una comisión por ser los más divertidos y originales distrayendo a su clientela mientras les clavan por el café, y nos graban con el móvil que luego, vete tú a saber dónde acabarán colgados los videos. De esta manera, conseguiríamos ir haciendo un fondo para cambiarlas.

Hasta entonces, yo voy bordeándolas como mucho cuidado y pensando en el poco partido que le sacan a la terraza porque si me la dejaran a mí, ¡hasta churros le ponía en la carta!.

Café para llevar

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Seguro que conocéis la moda de ir tomando un café por la calle.

Tienes varias opciones, prepararlo en casa y salir con tu jarrita con tapa o comprarlo, llevándolo en vaso de papel o directamente en la jarrita.

Al llegar por la mañana a Madrid al intercambiador, son varias las cafeterías donde la gente espera pacientemente para comprar su café y cumplir con su rutina mañanera.

Hay un puesto de comida donde la cola es muy llamativa y ahí es donde hace unos días me acabó llevando la curiosidad. Esperé mi turno y pedí un café. Cuando vi que era «café de máquina» como las que hay en mi oficina, me eché a temblar y cuando lo probé volvió a saberme a rayos como todos los demás pero como ya había perdido bastante tiempo, no le dí más vueltas y me fuí al andén a esperar el tren.

Ese día tuve la mala suerte de que los 2 minutos de espera para que llegara el tren, en unidades de medida del metro, significaban como poco 5 minutos así que me dio tiempo a compartir la espera con mi preciado café mientras observaba a la gente que se iba amontonando en el andén.

Cerca de mí éramos 4 los que llevábamos un café en la mano.

Un chico jovencito, ni lo bebía, ni lo removía, solo lo sujetaba mientras intentaba abrir del todo los ojos, así claro, era imposible que la cafeína cumpliera su objetivo, le espabilara y terminara de despertarse. En cambio, una señora lo bebía rápidamente mientras miraba si cambiaba el letrero de los minutos para que llegara el tren (que no cambiaba) por lo que le dio tiempo a terminarlo y tirarlo.

La otra bebedora debía de llevar bastante cafeína en el cuerpo a esas horas porque no paraba de colocarse el bolso y de mirar el móvil haciendo que el vaso se moviera peligrosamente de una mano a otra consiguiendo ponerme de los nervios cuando apenas había probado el mío.

Por mi parte, lo mareaba por no tirarlo y me servía de entretenimiento mientras llegaba el tren. Cuando llegó, el vagón iba tan lleno que me tocó hacer malabarismos para colocarme el bolso, sujetar el café y conseguir agarrarme a la barra para no caerme en un frenazo. En ese momento de angustia, me acordé de la bebedora que no paraba de moverse, ¡era una profesional! mientras que yo era una novata sujetando un café con cero glamour apretada en un vagón.

Cuando me bajé, tiré el café y me hice una promesa, nunca más hacer una cola sin enterarme bien antes de lo que vendían y tener la suficiente personalidad como para no ser víctima de una moda absurda que solo me había llevado a pasar un mal rato y a acabar con un mal sabor de boca.

Y es que a veces, las mechas se me suben a la cabeza y ejerzo tanto de rubia que hasta me doy miedo.