Follow the leader

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Esta mañana cuando he salido del vagón del Metro aunque parece que en Madrid no quedan más que turistas, deberíamos de ir todos los currantes en el mismo tren porque al llegar a mi parada éramos una marabunta.

Enfilando las escaleras mecánicas para subir y viendo ese tropel de gente me he acordado de la canción «Follow the leader». Estoy segura de que te acuerdas de ella porque suele sonar en bodas, fiestas de Fin de Año y en cualquier celebración en la que quieras que el personal se marque un bailecito conjunto y haciendo el ganso.

Mientras subía pensando en la canción, se me ha ocurrido pensar en lo que pasaría si sonara por los altavoces y el primero de la escalera se convirtiera en «el Líder«.

¿Sería capaz la gente de seguirle en su baile?.

Pongamos que en ese momento de la mañana están lo suficientemente espabilados para entrar en el juego. Imagino que al llegar a lo alto de la escalera agitando los brazos, empezarían a bajar por la manual dando un pasito hacia delante y otro hacia atrás. Si hay algún patoso, algo totalmente seguro, el pisotón está asegurado y apuesto a que los tropezones también porque los escalones son bastante estrechitos así que los de pies grandes irían rozándose y retrasando a los de detrás.

Como es mi «sueño», no habría caídas ni heridos. Los pisotones y los traspiés unidos al estado festivo de los participantes quedarían en mera anécdota y generarían una corriente de ayuda al prójimo y buenas palabras.

¿Admitirían los viandantes que fuera el Líder todo el rato el mismo?. ¿Alguien pediría «la vez» o se la apropiaría sin más?. También podrían crearse dos cadenas de gente y que mientras unos bajen, los otros suban o que vayan a la vez y que compartan todos juntos la escalera de bajada, chulo, ¿no?.

Después de hacer el ganso tres o cuatro veces, la música se pararía y volveríamos todos a nuestras prisas por llegar a nuestros destinos. Durante una media hora habríamos sido todos parte de una actuación espontánea, llena de risas, respeto y solidaridad con los bailarines más torpes.

Si todo eso fuera posible y te pareciera tan bueno, ¿por qué crees que no suele pasar?. ¿Por qué cuando alguien intenta ir a  contracorriente y salirse del guión lo consideramos un loco?. ¿Tan «enganchados» estamos al orden y a las normas?.

¿Y si no te convence ese Líder, por qué continúas bailando con él?. «Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer», dice el refranero español, pero entonces, no te quejarás cuando algo no te parezca bien, ¿no?. Porque lo malo de esta «conga» tan divertida es que si la aplicáramos a la vida real veríamos como continuamente desperdiciamos nuestros propios pasos de baile por seguir a la masa.

Tienes una mente maravillosa para pensar y mejorar o hacer diferente tu baile del de los demás. Siempre puedes salirte de la fila, unirte a otra o inventártela tú. El riesgo de que nadie te siga está presente pero eso no significa que estés equivocado es solo que a lo mejor tu mensaje no llegó o que el receptor está tan abducido por la canción machacona y facilona que no es capaz de oír nada más.

Siempre me acuerdo de un anuncio de televisión en el que al final se decía «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo», cuánta razón tiene.

Solo tienes una vida así que no la desperdicies, sé tu Líder, márcate tus pasos y búscalos.

Por mi parte, confieso que caigo muchas, muchas veces en bailes facilones pero como hoy estoy cañera, me permito zarandearos vuestra conciencia (o eso espero) y la mía, y os animo a buscar los pasos de baile que mejor os vayan.

La de veces que recurro al baile….¿qué tendré yo en la cabeza?…»izquierda, izquierda, derecha, derecha, vuelta y cruce…»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Pegajosa, sofocada, solitaria, aturullada y dormida

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Ya lo sé, es el tema de la semana en todo el país, el caloooor y lo que viene. Lo que nos gusta regodearnos en la incipiente subida durante la noche y el día, somos así y es lo que toca y tocará.

Por suerte, antes de la ola de calor de mañana, hoy tenía resonancia y radiografías a las 3 de la tarde. Una ciática se ha adueñado de mi zona lumbar y hasta el pie me tiene frita desde hace 3 semanas.

A las 2.55 llego a la parada del Metro y siguiendo mi costumbre y pasando del dolor de la pierna, me pongo a subir las escaleras mecánicas. En el tercer tramo me rindo, suelto un !ay! que hace que el chico de delante con auriculares se gire a mirarme. Dos tramos después de escaleras manuales desemboco en mi caminito cuesta arriba.

La sombra de los edificios es mínima y me aferro a que voy por la derecha y tengo preferencia para ir por la sombrita.

Llego tal cual Heidi, con los colores subidos y sudando como un pollo. Si sudar por el pelo adelgazara…mínimo un par de kilos habría perdido, estoy segura, creo. Lo único que consigo ver al ponerme el camisón es que mi peinado se ha quedado como lamido por una vaca, mi maquillaje de ojos me hace una mirada profunda y rara y mis mofletes siguen intactos de tamaño pero más brillantes por el sudor.

Toca la resonancia, me meten en el tubo, pido una mantita porque me quedo helada y que me apaguen la luz de dentro porque mire usted, yo es que vengo a dormir un rato.

La cara de la técnica era una mezcla entre sorpresa y aguanto la risa que me ha tocado la pirada de las 3.

Me concentro sí o sí en los pitidos tan desagradables de la máquina, «Poa, poa, poa, poa…po, po, po, po…y una especie de taladradora…». No puedo contaros más porque me dormí, llamadme rara pero siempre acabo dormida. Para mí un descansito así en medio del día es un lujo que no estoy dispuesta a desperdiciar.

Acabo y vuelta a la calle. Son las 4.05, bajo la avenida desierta y me toca ceder la derecha y la sombra.

Una hora después estoy pegajosa montada en mi autobús camino a casa.

La experiencia un lujo. Los resultados en unos días. La ciática un rollazo.

En casa me espera piscina o ponerme a hacer un puré de verduras, difícil elección.

Por cierto, emocionada por haber vuelto al Hospital donde nací y al que no había vuelto desde entonces. Me llevo además del sofocón un selfie delante de la entrada porque hay que ver la de años que han pasado desde que nací allí aunque eso es otra historia.

Animo con el calor. El cambio climático en junio es lo que provoca, calor, !qué cosas!.

 

 

 

1, 2, 3…1, 2, 3…¿Bailamos?

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Confieso que yo también he caido en el embrujo de «La La Land». No creí que fuera a verla porque al ser un musical dudaba de si tendría acompañante pero por suerte pude ir a verla con mi mejor acompañante.

Salimos encantados. Para mí resurgió la «magia» que hacía siglos que no sentía con ninguna película. Dos horas de bailes, canciones, mucho jazz, un vestuario (el de ella) tan femenino, tan favorecedor…ese sueño compartido…Y no os cuento el final porque confío en que podáis verla.

Volvíamos a casa tan contentos por haber disfrutado tanto…¡plan perfecto!, hasta que llegamos a casa y nos esperaba uno de los niños con otitis…La noche redonda acabó en urgencias (nada grave). Aún así, seguía sumida en ese estado de sonrisa permanente mientras consolaba a mi pequeño que rabiaba de dolor.

Cuando la casa se quedó en calma y mi insomnio vino a acompañarme empecé a recordar que hace poco repusieron en algún canal la película «¿Bailamos?». Muchos recordaréis a Richard Gere asistiendo a clases de Bailes de Salón con una profesora que quitaba el hipo (Jennifer López). Otra comedia romántica de sofá y mantita sin un gran argumento pero con esas coreografías y tanto «amor en el aire» que acababas totalmente entregado y deseando buscarte unas clases de baile urgentemente.

Los Bailes de Salón serán otra de las espinitas que se quedarán en mi lista de deseos sin cumplir porque así como a las clases de Danza del Vientre iba yo sola tan feliz, para aprender a bailar el tango, el chá, chá, chá, el vals, la salsa…quiero hacerlo con acompañante, el problema es que mi acompañante favorito, no está dispuesto a lanzarse a la pista de baile.

Total, que ante la falta de acompañante de al menos 1.70 cm. (mis hijos aún no cuentan) tengo que conformarme con bailar conmigo misma. ¿Lo habéis probado?, solo necesitas estar solo y dejarte llevar por la música, fluir…ya sea con auriculares, con la radio de casa, con la del coche o con la tele.

No pongáis caras raras porque, ¿no os habéis fijado en la cantidad de gente que va moviendo la cabeza y cantando en cualquier parte?. En mis desplazamientos diarios hay muchísima gente siguiendo el ritmo de la música con la cabeza, con los piés…Hay una chica con la que coincido algunas mañanas en la parada del autobús para ir a Madrid que no baila pero lleva puestos los auriculares y canta como si estuviera sola, bastante regular pero dando unas voces que espabila y asusta hasta a los perros más madrugadores.

En el metro hay un porcentaje altísimo de gente con los auriculares puestos y muchos irán con musiquita para empezar el día con fuerza. Yo me encuentro entre ellos, aunque lo mío es a un volumen discreto porque los hay que la llevan tan alta que la van compartiendo con todo el vagón. En Madrid hay tanta conciencia social que compartimos los virus, las toses, los malos olores y, ¡hasta la música!.

Recuerdo que cuando estaba embarazada y de baja, me encantaba ponerme música en casa, no solo por estimular a los bebés sino porque necesitaba moverme, estirarme y con las hormonas tan a flor de piel, iba alternando sevillanas, rumbas, pop o rock. Me ponía la radio o los auriculares y me echaba unos bailecitos frente al espejo que tengo en mi habitación, así libremente, ¡era una pasada!.

Total que con esta delicia de película y al volver a ver la de ¿Bailamos?, creo que lo que me encantaría aprender es el «quick step». Se baila en pareja y mientras bailas vas dando como pequeños saltitos, me parece que algo parecido es lo que sale en los números de baile de La La Land y en muchos otros musicales.

¿Y de dónde viene tanta afición al baile?. Estoy segura que de mi madre. Le encantaba el ballet y por injusticias de su época, no la dejaron dedicarse a ello aunque sé que también aprendió bailes regionales y más adelante sevillanas, rumbas…siempre ha intentado seguir ligada al baile y de ahí me vendrá la vena bailonga que por ahora también han heredado mis hijos.

En mi búsqueda sobre a qué clase de baile apuntarme, antes de decidirme por la Danza del Vientre (como os conté en otra entrada), fui a hacer una clase de prueba de Danzas Griegas. No me preguntéis cómo se me ocurrió porque no me acuerdo, solo sé que estaba en fase de búsqueda y encontré la posibilidad de dar una clase gratis de este tipo de danzas. La academia estaba por el centro de Madrid. Los alumnos eran de edades variadas, poquitos, porque os imaginaréis que esa modalidad no tenía muchos seguidores pero, ¡lo pase genial!.

El profesor que yo lo esperaba griego era argentino, no sé qué tienen pero son una gente especial, están en todas partes y ¡saben de todo! (con todos los respetos). Pasé una hora bailando en corro diferentes danzas entre ellas el sirtaki. ¿Os acordáis del anuncio de la colonia Andros que tendrá mil años?. Yo pensaba que esa clase sería como estar en el anuncio pero nada que ver, mucha gente bastante mayor, el profe argentino y no un auténtico griego, hicieron que me desanimara y no volviera más. Estaba claro que mi vena artística no iba a ir por las danzas griegas.

Ahora con los niños no pierdo ocasión de bailar con ellos, hacemos un poco el ganso y lo pasamos genial.

Pero los mejores bailes los he tenido sin duda en la cocina. Llevo casi 10 años bailando con mi mejor acompañante, ése que no iría a unas clase de baile ni borracho pero que no duda en bailar «agarraos» en nuestra cocina.  Así, solos, disfrutando de unos segundos de unión, de risas, de confidencias sobre nuestro día,  mientras nos reflejamos en la cristalera de la terraza de la cocina veo pasar la mejor película de mi vida.

¿Y tú, también bailas?.

De escaleras y acordeones

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Estoy totalmente convencida de que durante las vacaciones han hecho algo con mis escaleras diarias y estoy muy mosqueada.

No se me ha ido la pinza, no creo la verdad, pero es que los escalones están más duros, las escaleras mecánicas son más lentas y a medio día me «mata» un músico pesado y agotador que fastidia canciones preciosas con su acordeón.

Todo esto me ha llevado a la conclusión de que odio el acordeón. Seguramente soy de esa generación que creció con María Jesús y su acordeón, la de «Los pajaritos», ¿os acordáis? No la canto porque os la pego seguro.

Recuerdo los veranos en Fuengirola, cuando por la noche en las terrazas de los hoteles los extranjeros achispados, mis amigas y yo nos lanzábamos como locas a hacer el baile sin ningún complejo. La tocaban una y otra vez, era un bucle del que no salías hasta que tus padres seguramente hartos también del acordeón, nos sacaban de allí.

Total, que he debido de crecer traumatizada y este trauma no ha dado la cara hasta que el músico del Metro me ha taladrado la cabeza con su acordeón. Creo que sabe que no me gusta nada porque por más que corro bajando las escaleras hacia el Metro, más rápido toca o destroza la canción de turno.

De ahí la sensación de que a mis escaleras les han hecho algo. Puede que con el calor no puedan correr más o que estemos ahorrando energía y por eso van más lentas. El caso es que por las mañanas tengo la misma sensación solo que además noto que mis compañeros de viaje también van más lentos que de costumbre. Supongo que andaremos todos adaptándonos a la vuelta a la rutina del trabajo, clases, madrugones…

Así que hago un llamamiento para que vuelva Frank (nombre ficticio) de mi músico de tramo de escaleras y su trompeta, para que vuelva a dirigir el «tráfico» mañanero del Metro.

Si en Mercadona ya hay turrón de chocolate, que vuelva mi Frank y si trae turrón, ¡mejor que mejor!. Luego ya lo bajaremos subiendo y bajando las escaleras del Metro y de la oficina.

No me he podido resistir a colgar esta foto de María Jesús y su acordeón en Benidorm donde parece que hizo un carrerón. Seguro que a muchos os saco unas sonrisas porque si en vez de abuelitos fueran niños, ¡vosotros estaríais ahí!.

Y yo también, claro. Qué fuerte es a veces recordar…

Vaqueros en transporte público

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Voy a dedicar la entrada de hoy a mis compañeros varones de autobús, Metro y tren que con su calor corporal (del olor no hablo porque a cualquiera nos puede abandonar el desodorante) y su cercanía hacen que me sienta más acompañada en mis desplazamientos diarios por toda la red de transportes de la Comunidad de Madrid.

Últimamente debo tener un sex appeal especial porque no paran de sentarse a mi lado chicos, aunque si lo pienso bien, también puede ser porque los jovencitos me ven con confianza como una mamá, y los talluditos, como una mamá con el arroz más que pasado.

De una manera o de otra, a «mis chicos» les he bautizado como «Vaqueros» porque cuando se me sientan al lado no puedo evitar acordarme de John Wayne y todos esos vaqueros que salían en las películas del Oeste americano con las que crecí, cuando solo había dos canales de televisión y nos acompañaban en las sobremesas de mi casa, mientras tomábamos el café después de comer.

Vaqueros fuertes, valientes, apuestos, buenos y malos pero todos, todos, con la misma pose cuando se bajaban del caballo, las piernas abiertas, marcando territorio como diciendo, «aquí estoy yo». Para mi desgracia, así es como van «mis chicos». Se sientan, abren las piernas y marcan su espacio, su territorio. Ya puedes intentar hacerte hueco que no hay manera, su espacio, es su espacio, el tuyo, el que quede. De ahí que compartamos calor humano porque inevitablemente vamos pegaditos, sin que corra el aire entre su pierna y la mía…realmente tremendo.

Se que esta queja ha sido objeto de campañas publicitarias  en otras ciudades como en Nueva York. Incluyo una reseña de las muchas que he encontrado en Internet del llamado  Menspreading en la que se apelaba a la urbanidad de los varones para que cerraran las piernas y respetaran el espacio vital de las usuarias del transporte público (https://espacio6y2.wordpress.com/2015/07/06/cierren-las-piernas-manspreading/).

No sé si habrá tenido mucho éxito. Personalmente, me parece muy fuerte que este comportamiento tenga que ser objeto de una campaña de concienciación colectiva, multas incluidas, cuando debería estar aprendido e interiorizado al igual que ceder el paso o dejar salir antes de entrar, pero si estamos en estos niveles de ineducación o mala educación, desde aquí hago mi llamamiento particular a que incluyan este mensaje en la red de transporte público de Madrid.

Así que bueno, para los chicos que puedan leer esto, si no lo haces, enhorabuena; y si lo haces, por favor piensa en tu compañera de asiento y respeta el espacio ajeno que «amar es compartir» pero ¡que corra el aire!.

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Feel the music

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Arranca la semana, sientes que tu cuerpo pesa mil kilos, que el café tiene un sabor diferente porque has olvidado ponerle la sacarina, que no te quedan medias y te las pones recién cogidas de la cuerda del tendedero «fresquitas», como la mañana que te espabila con la primera ráfaga de viento que te roza la cara…

Tengo suerte y mi autobús llega rapidito. Me hago un ovillo y parapetada tras mis gafas de sol cierro los ojos para intentar dormirme pero mi cabeza está en modo «tareas pendientes» y acabo anotando en el móvil lo que voy recordando para el día de hoy.  Cuando creo que ya lo tengo todo, vuelvo a cerrar los ojos, pero el conductor lleva no sé qué emisora de radio en la que no paran de hablar de fútbol y ha tenido el detalle de darle el suficiente volumen para que aunque yo vaya sentada en la quinta fila,  me ponga al día de resultados, lesiones, posibles ascensos, descensos, injusticias arbitrales y próximos encuentros. Cuarenta y cinco minutos de trayecto dan para mucho así que acabo fijándome en una chica que va en la primera fila con los auriculares puestos moviendo la cabeza al ritmo de la música, no sé a qué volumen la llevará porque parece que no debe oír la radio, suertuda…

Es lunes, hay que buscar motivaciones para cogerle el ritmo a la semana y por lo que veo lo de escuchar música ayuda a mucha gente porque cuento cuatro personas solo delante de mí en el autobús pero al llegar a Moncloa son muchas, muchas más las que van escuchando música.

¿Y por qué sé que es música lo que escuchan?, porque si fueran lecciones de chino no moverían la cabeza, los pies o el cuerpo entero como hacen mis compañeros de escaleras y de tren.

Me viene a la cabeza qué pasaría si alguien se pusiera a bailar para motivarse como en la serie Ally McBeal lo hacía el abogado bajito, ese tan rarito al que llamaban «Bizcochito» al ritmo de Barry White y  You are  My First , My Last, My Everything (https://m.youtube.com/watch?v=Z7Za27Fm14A).

Para los que no la conozcan, era una serie de abogados que transcurría en Los Ángeles de hace ya bastantes añitos, con una pandilla de abogados a cada cual más peculiar. Os recomiendo ver algún capítulo o recordarlos porque no tiene desperdicio, sobre todo este baile, simplemente genial y sublime, lo que daría por encontrarme a los ejecutivos que van en mi vagón ¡marcándose este dancing!.

Aunque ya puesta en plan subidón y sin salir de la serie, yo saldría del Metro al ritmo de Tell him (https://www.youtube.com/watch?v=cW0FhZezA3o&list=RDcW0FhZezA3o).

Me encantaría saber qué pasaría si empezara a moverme siguiendo el ritmo de mi vecino, no sé si se mosquearía o me seguiría la broma, quizás para un lunes puede ser un poco fuerte invadir así el espacio del prójimo, bueno, eso y que no creo que fuera capaz (admito voluntarios).

Y así he llegado a la oficina sin bailes, !qué pena!, pero con la moral bien alta y deseando meterme en el baño para practicar algún paso de baile a «lo Bizcochito» pero sin público, eso lo dejo para ocasiones especiales…

¡Feliz y movido lunes!.

5 segundos mágicos y recuerdos musicales

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Esta mañana iba camino de la oficina escuchando mi lista «Mornings» cuando ha empezado a sonar «In my place» de Coldplay (https://www.youtube.com/watch?v=gnIZ7RMuLpU ). Durante cinco segundos he cerrado los ojos y he sentido la batería, la guitarra…ha sido un instante mágico, de total aislamiento dentro de un vagón del Metro lleno de gente.

Reconozco que tengo debilidad por la batería. Cuando conocí a Carlos tocaba la batería y pude decir, «mi novio es batera», y es que aunque mi cultura musical no es nada del otro mundo, mis gustos musicales han ido variando según mi momento personal, las influencias que me rodeaban, las campañas publicitarias de nuevos discos…

Hoy, repasando mi variopinto pasado musical, he recordado mis ráfagas (porque duró poco) de hardcore, grindcore…Estuve en un par de conciertos en Ritmo y Compás, una sala de conciertos de Madrid que cerró hace unos años. Allí estuve viendo a varios grupos realmente impresionantes por la fuerza de su música, parecía que te iban a estallar los tímpanos y prácticamente no se entendía nada de lo que cantaban.

En esa época, tenía un amigo cuyo amigo íntimo era el batería de «Sin Dios», Javier Couso, hermano del periodista José Couso. Para los que me conocéis personalmente puede resultaros increíble que yo estuviera por allí y acompañando a ese grupo de nombre tan peculiar (e irreverente para mí) pero la verdad es que me sirvió para conocer unos estilos musicales de los que nunca había oído hablar y ¡me gustaron!. En su favor, tengo que decir que aunque yo era «la cristiana» (cariñosamente) para ellos, me integraron como una más.

En esta etapa tan «hardcore», conseguí convencer a unas amigas para ir a ver a «Sin Dios» a un concierto que dieron junto a otros grupos igual de «peculiares» en una casa medio derruida por Alcorcón. A punto de llegar, nos perdimos en una rotonda por una carretera de campo y no se me ocurrió otra cosa que preguntar por la dirección de la casa a un chico que estaba dentro de su coche, normal, ¿no?, lo que no fue tan normal es que justo estaba esnifando un raya y hasta que no acabó, no me indicó. La cara de mis amigas y la mía eran un poema…Al llegar, dos amigas se fueron a un centro comercial cercano a cenar horrorizadas por el ambiente y el estruendo que de allí salía; otra amiga y yo vimos a «Sin Dios», comimos un bocata de humus y nos volvimos todas tan contentas. Poco después fui perdiendo el contacto con ese mundo y no he vuelto a saber de ellos. A Javier le he visto en la tele por el tema de su hermano y las manifestaciones delante de la Embajada americana pero ahí quedó todo.

En otra época, había días en los que al salir de la oficina y poner la radio justo empezaba un programa en Radio 3, Diálogos 3. Un programa de músicas del mundo que llevaba Ramón Trecet y que quitaron también hace unos años. Me encantaba la sintonía del programa, me hice fan de la chica que la cantaba, una cantante libanesa con una voz preciosa, os dejo el enlace por si queréis disfrutarlo (http://iliasszaabat.com/a-child-paul-mounsey-oumayma-el-khalil-mahmoud-darwish/). También descubrí la música turca, Aynur, Omar Faruk…Hicieron que mi mente se abriera a otros estilos nada comerciales pero totalmente recomendables.

Más adelante mi gusto musical giró hacia el jazz, Diana Krall, sigue siendo un referente muy presente en mis selecciones musicales.

De mis años en Jaén, me sigue encantando el flamenquito y las rumbas, si puedo, espero poder ir a ver a Siempre Así, aquí en Madrid. A parte de todo el pop español de los 80 con el que crecí y que hizo que me identificara con tantas y tantas canciones, entre todos los grupos, Hombres G ha sido mi preferido y mi elección como música del móvil mucho tiempo.

Y siempre, siempre, la bossa nova. Antonio Carlos Jobim, Caetano Veloso, todos los clásicos brasileños y esas versiones antiguas que hicieron Frank Sinatra y compañía, alucinantes.

Como veis, mi batiburrillo musical da para muchas horas de charla. Hoy sigo con Coldplay y las canciones de Mornings que me acompañan en mis desplazamientos diarios.

Espero que os haya picado el gusanillo y os acompañe el día una buena canción o una buena lista como la mía.

 

 

 

 

Zapatos, esos grandes olvidados

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Tantos viajes al día en transporte público, dan para ver muchos zapatos y zapatillas a lo largo del año. Desde hace unos días me voy fijando en la cantidad de gente con la que me cruzo que lleva las suelas totalmente «comidas», y de los tacones ni os cuento.

Hoy, al ver unos pobres zapatos en el Metro pidiendo a gritos crema que les hidratara y una buena limpieza, me ha hecho reflexionar sobre ellos.

No sé por qué pero siempre me he fijado mucho en el cuidado de los zapatos. Creo que dice mucho de la personalidad del que los lleva; si están más gastados por dentro o por fuera, si están bien cuidados, los cordones con hilos colgando…Supongo que será porque desde pequeña mi padre me enseñó a limpiarlos, darles crema, cepillarlos y cambiarles las suelas cuando estaban desgastadas. Un rato de las mañanas del fin de semana lo dedicábamos a darle un repaso a los zapatos. Recuerdo dar la crema con un trapo viejo que había que doblar en varias capas para que el betún no te manchara las uñas aunque al final, por más cuidado que tuvieras, acababas con las manos manchadas.

Así que os voy a proponer que le echéis un vistazo a la suela de vuestros zapatos y al zapato en sí, ¿cuánto hace que no les dais betún, un agua a los cordones de las zapatillas de deporte, o les cambiáis las tapas?.

Creo que una buena imagen no acaba en los tobillos. Los zapatos también son importantes, no sólo por rematar un buen conjunto sino porque nuestro peso descansa en los pies y si las suelas están comidas, no pisaremos bien y acabaremos con molestias en la espalda y en las piernas. ¡Con la de horas que nos pasamos fuera de casa, hay que cuidarse y eso empieza por llevar unos zapatos en condiciones!.

Yo ando estos días buscando zapatos para sustituir la temporada de botas pero con este tiempo tan cambiante no veo nada que me convenza y desde luego aunque las zapaterías se empeñen en llenar los escaparates de sandalias, no pienso comprar ninguna, un escalofrío me recorre el cuerpo solo de pensar en ir con los dedos al aire, estamos locos, ¿o qué?.

Lo que me encantaría es poder comprarme unos mocasines de Tod’s. Con los «gominos» que llevan, me vendrían fenomenal para ahorrar en suelas y tienen una pinta tan blandita que los veo ideales, menos por el precio, claro. Así que mientras no bajen de los trescientos y pico euros, seguiré buscando y rebuscando aunque si me toca la Primitiva, ¡me los regalo!.

Bueno, ya sabéis, que hay que darle un repaso a los zapatos de vez en cuando, y sobre todo, aseguraros de que no lleváis ninguna pegatina en la suela. No os imagináis la cantidad de gente con la que me cruzo por las escaleras del Metro que llevan en las suelas las pegatinas del arreglo del zapatero, de los controles de calidad que tienen las marcas y los avisos de alarmas que ponen en las tiendas. Desde luego eso sí que te chafa un conjunto, imaginaros que vais estrenando ropa y lleváis también zapatos nuevos con las etiquetas sin quitar, tú crees que te miran por lo pintón que vas pero la verdad es que llevas una pegatina sucia y medio rota de la tienda pegada a la suela, ¡menuda cutrez!.

En fin, seguiré dándole vueltas a los Tod’s. Son tan bonitos y tienen una pinta taaaaaan cómoda…aguantaré un poco más mientras el tiempo siga tan cambiante y no me sonría la suerte…

Más humanidad

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¿Hasta qué punto es bueno entrar en la vida del prójimo?.

El otro día en el Metro coincidí en el vagón con una chica un poco mayor que yo, extranjera por sus rasgos, normal y corriente en todo lo demás, menos en una cosa, no paraba de llorar. Por más esfuerzos que hacía por mantenerse tranquila, acababa otra vez rompiendo a llorar. Agarrada al bolso y al móvil intentaba hablar con alguien, pero quien quiera que fuera a quien llamaba, no contestaba. En una de las respiraciones que hizo consiguió calmarse y parecía más serena. Cuando llegó mi parada, la dejé ahí sentada perdida en sus pensamientos con un pañuelo en la mano, al quite por si volviera a hacerle falta secar sus lágrimas.

Según iba hacia mi autobús me sentí fatal, ¿cómo había podido ser tan insensible para no acercarme a preguntarla si necesitaba algo?, ¿hasta qué punto me había deshumanizado como el resto de los ocupantes del vagón incapaces de acercarse a ella?.

Mientras volvía a casa me acordé de una vez hace años que por correr, tropecé en la escalera del Metro. Me hice un esguince en el pie y no podía levantarme. Tirada en mitad de la escalera veía como la gente me saltaba para no perder el tren que acababa de llegar hasta que una señora me ayudó a levantarme y conseguí llegar a rastras a urgencias. Nunca olvidaré esa mano amiga que fue capaz de perder el tren por una extraña y auxiliarla.

Muchas veces me acuerdo de cuando vivía en Jaén. Cuántas veces nada más subirme en el autobús, la señora mayor que llevara sentada al lado, en seguida te preguntaba hasta dónde ibas y de dónde venías, más que nada para poder contarte ella qué hacía en el autobús. Esa cercanía, ese contacto tan natural debió perderse en Madrid hace mucho tiempo.

Aquí, nos pasamos el día corriendo. Si vas mirando a tus vecinos de vagón o de cualquier cola que estés haciendo, te tomarán por raro y descarado. Con tanto distanciamiento, hemos llegado al punto de ni preguntar cuando vemos a alguien en apuros o en una situación complicada no vaya a ser que te toque perder el tren, el autobús  o llegues tarde a trabajar.

¿Tanto cuesta ser acogedores con los turistas despistados que no se aclaran con qué línea de Metro tienen que coger para ir al aeropuerto?. ¿Y con los inmigrantes, perdidos sin saber cómo llegar hasta donde tienen una entrevista de trabajo o donde probar suerte con una nueva vida?.

Parece que por ir leyendo o escuchando música estamos exentos de ser humanos, ¿no es tremendo?. Seguramente, la chica de mi vagón, al preguntarla si se encontraba bien, me habría dicho que si, que no necesitaba nada porque muchas veces, no es tanto la ayuda que podemos prestar como el hacer saber a los demás, conocidos o no, que estamos ahí, a su lado. Solo ese gesto es suficiente para que el otro se sienta acogido, visible ante los demás.

Lo que tendría que haber hecho con esa chica y no hice es haberla demostrado que me interesaba como persona, haber sido más humana, que hubiera sentido que estaba dispuesta a «perder» el tiempo con ella, aunque hubiera perdido mi autobús.

Así que a tí que me estás leyendo ahora te digo, si te encuentras mal, párame, fréname, porque esta imperfecta humana tiene tiempo para tí porque de verdad me importas.

Frank ha desaparecido

No sé si os acordaréis de Frank, mi amenizador de horas punta, el músico que tocaba la trompeta, cantaba y me alegraba las mañanas cuando llegaba a Nuevos Ministerios.

Pues resulta que Frank, al que le puse ese nombre por Frank Sinatra, ha desaparecido. No le veo desde algún día de diciembre que no recuerdo. Ya no está a ninguna hora, ni por la mañana, ni a medio día, ni por la tarde, es como si se lo hubiera tragado la tierra…Cuando volví de las vacaciones de Navidad pensé que igual seguía estirando los días de vacaciones pero enero ha terminado y no ha vuelto a aparecer.

Desde entonces las mañanas no son lo mismo. Ahora el ambiente del Metro se ha vuelto más gris, las luces las noto más tenues, el ambiente más ruidoso con todo el mundo corre que te corre y hasta los azulejos de las paredes parecen más pasados de moda y sin brillo que nunca.

Ahí está su hueco entre las dos escaleras mecánicas de salida a la calle, vacío, falto de vida; y es que sin darme cuenta, Frank había pasado a formar parte de la «decoración suburbana» habitual del Metro. Y ahora, es como cuando alguien cambia un cuadro o un marco de fotos en casa, sabes que hay algo diferente pero no sabes muy bien el qué, ésa es la sensación que tengo al subir las escaleras mecánicas.

Falta su tenderete, su trompeta, su sombrero, sus cd’s por el suelo y su voz. Solo con oír a lo lejos la trompeta ya sabía que era él. Automáticamente me hacía sonreír, sabía que nada más verle me entraría la risa al ver su «show» y que cuando le echara una moneda, tendría que evitar mirarle a los ojos, esos ojos saltones, tan expresivos como los de Louis Armstrong y tan agradecidos, que me provocaban huir escaleras arriba para que no me viera reír.

¿Y dónde estará Frank?. No sé si le habrá tocado la lotería y se habrá retirado, si se habrá ido a otro lugar con un clima más cálido, o a amenizar cruceros con su trompeta, pero hoy lunes, arrancando el mes de febrero, no he podido evitar pensar que a lo mejor está en el que para mí es mi paraíso, al menos hasta que tenga otro con el que hacer comparaciones, el Caribe Mejicano, mi querida Riviera Maya.

La primera vez que la visité fue en el viaje de novios, como tantas parejas, nuestro viaje fue un combinado de playa y turismo, Riviera Maya y Nueva York. Me gustó tanto que los cuatro días que estuvimos se quedaron cortos y con la ilusión de poder volver, cinco años después, mi deseo se cumplió cuando mi cuñado nos cedió el viaje a Riviera Maya que le había tocado en un sorteo de la empresa pero esta vez fue una semana inolvidable en el paraíso.

En fin, que puestos a divagar sobre dónde estará Frank, yo le mando a mi hotel, un resort impresionante de una cadena hotelera española totalmente recomendable para desconectar o disfrutar en familia. Espero que esté allí amenizando las noches a los turistas con su espectáculo mientras disfrutan del clima, los daiquiris, los margaritas, las playas de arena blanca y aguas turquesas y la hospitalidad mejicana.

Para sobrellevar este curioso invierno que estamos pasando y disfrutar, os pongo unas fotos de mi paraíso.

Si algún día desaparezco, ya sabéis dónde buscarme.