Delegando

Bueno, tan bién como iba cogiendo el ritmo al año nuevo y de pronto, un parón…Mis cervicales se han resentido por tanta mala postura y me han regalado unos días de vértigos y náuseas.

Por desgracia, no es nuevo para mí. Hace años tuve una hernia cervical y aunque quedé muy bien después de la operación, hay rachas que parece que el cuello tiene que hacerse notar y toca bajar el ritmo para recuperarlo.

Y en esas estoy, tratando de recuperar el equilibrio, superar las náuseas que me provoca la sensación de estar todo el día como embarcada, agarrarme a las paredes para sentirme segura y liberar las tensiones que se me fijan en el cuello como a otros se les pueden fijar en el estómago.

Para hacerlo más complicado, el sábado tengo un examen importante y con este panorama, el estudio se complica bastante. Lo que podría servirme de excusa por si no lo apruebo (por otro lado, cosa bastante posible), en mi caso no sirve más que para acrecentar mi nivel de agobio por la responsabilidad de superarlo y darle una alegría a la familia que es la que en silencio me está viendo mal físicamente mientras me apoyan como pueden para llevar el peso de la casa y los niños mientras yo consigo reequilibrarme lo antes posible.

Hasta aquí ¡todo está clarísimo!, yo estoy mal y solo tengo que relajarme y dejar de flotar pero, ¿cómo soltar las riendas, delegar y dejar que todo fluya sin mí?.

Muy fácil, si las necesidades básicas de todos están cubiertas, ¡no hay de qué preocuparse!. Pero es que mi deformación profesional como madre-jefa de intendencia-experta en manchas y primeros auxilios-encontradora de cualquier cosa que desaparezca-atrapa pesadillas y mil cosas más, hace que de pronto, se me ponga un tic en el ojo cuando veo cómo la intendencia de la casa se relaja y nadie parece darse cuenta menos yo.

A lo mejor es por las pastillas que estoy tomando que me distorsionan la realidad y esos calcetines que cuelgan del cesto de la ropa están así estratégicamente colocados para guiar a mis hijos cuando al día siguiente tengan que volver a llevarlos al cesto. O esa servilleta que sirvió para hacer una lucha de bolas de papel en el desayuno sigue encima del banco como muestra de que es una superviviente que no acabó dentro del tazón del cola cao o, el milagro que se produce por las mañanas cuando debajo de ese batiburrillo de abrigos en rebajas aparecen los gorros y los cuellos polares de todos, con lo bien que lo organizaba yo…

Estas nimiedades y más, son las que hacen que al intentar mantener un orden, mi orden, que es el que siempre ha funcionado, hagan que mi «colocón» siga recordándome que así no acabaré de recuperarme y que lo que tengo que hacer es quedarme quietecita y dejar que todo fluya…ommmm…y cuando vea algo que parece un juguete al lado del cubo de la basura, lo deje ahí y no me agache porque a parte de correr el riesgo de marearme, puede que sea una salamandra de verdad que casi he estado a punto de coger con la mano, ¡que ascooo!.

Y bueno, aquí estoy, dejando que me ayuden aunque tenga que morderme la lengua porque yo tendería la ropa de otra manera, colocaría los tuppers para que al abrir el armario no se vengaran de mí saltando hacia todas partes y haría mil listas de cosas pendientes «fundamentales» para no acabar interpretando la lista de la compra de manera más o menos acertada pero felices de tener en la nevera ¡siete paquetes de salchichas, bieeen!.

Deseando que esto pase pronto y todo vuelva a la normalidad, reconozco y valoro el gran esfuerzo que está haciendo Carlos a su manera por facilitarme todo lo más posible y ocupándose de los niños pero es que si además me trae palmeras de chocolate, ¡me tiene en el bote!.

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