No sé si es que últimamente estoy más sensibilizada con este tema o que con la edad empiezas a valorar más unos mínimos de urbanidad, ciudadanía, educación, llamémosle como queramos, en todo lo que nos rodea.
Soy consciente de que al enseñar a mis hijos a pedir las cosas por favor y a ser agradecidos, debo dar ejemplo y practicarlo, aunque reconozco que al haberse convertido en costumbres que adquieres desde pequeño, con los años te acaban saliendo de forma natural.
Pero, ¿qué pasa cuando no todos los que te rodean lo tienen también interiorizado?. Pues pasa que de pronto, ves como por madrugar, por las prisas, por ir pensando en nuestras cosas o porque ese día estás enfadado con el mundo, todos esos mínimos de convivencia se olvidan o se relajan hasta el punto de llegar al «sálvese quien pueda» que esto es la jungla, en mi caso, de asfalto.
Es como lo que me pasó cuando estaba estudiando la carrera; varios de clase le pedimos unos apuntes a un compañero y no quiso dejárnoslos, ante nuestro asombro, nos dijo una frase que nunca olvidaré, «Esto es una guerra y no hay que darle tregua al enemigo». Podéis imaginaros las risas que nos echamos a costa del comentario porque creo que estábamos en primero y tampoco eran tan importantes, pero ésa es la actitud que parece que algunos han adoptado y que practican con todo el que se van encontrando.
Nada más llegar al intercambiador de Moncloa, te encuentras con la marabunta que acabamos de bajar de los autobuses, todos vamos medio dormidos y tenemos prisa. Al llegar a la primera escalera para entrar al metro ya ves cómo se te van colando con más o menos descaro, empujando o avasallando, y ahí empiezas a darte cuenta de que ceder el paso, bajar por la derecha, no empujar y disculparte cuando casi te llevas a alguien por delante, brilla por su ausencia.
Una mañana al bajar por la vía rápida de la escalera, me crucé con una señora que iba mirando hacia atrás, al rozarla, vi que se asustaba y se agarraba al pasamanos, la sujeté del brazo y empezó a gritar, «¡me quiere tirar!», me quedé tan alucinada que le dije que solo la estaba sujetando porque la había visto tambalearse pero ella siguió erre que erre, ahí dudé de si ayudar al prójimo era una buena idea.
Igual pasa en el hacinamiento del vagón que sufrimos en hora punta, sé que apenas hay sitio, y que si llega tu parada tienes que bajarte sí o sí, pero entre los que van abriéndose paso a bolsazos, mochilazos o codazos, y los que no se mueven para hacer sitio y dejar que salgan los primeros, «jo» es lo más suave que puedes escuchar. Al igual que pasa con los que esperan en el andén, cuántas veces hemos visto el cartel diciendo, «antes de entrar, dejen salir», ¿no debería saber eso todo el mundo?.
Aunque para mí, el remate de la falta de urbanidad, se lo llevan las «listas», ésas que al ir a salir todos, repito, con prisa, creen que por sentirse súper divinas, no sólo es que te arrollen, es que te sujetan del brazo para hacerse sitio y pasar como diciéndote, «perdona, bonita (o bonito)» que primero paso yo. ¡Alucinante!.
Pensándolo bien, creo que es porque deben pensar que su vida transcurre en un vídeo clip o que se mueven en un desfile de moda. Caminan marcando caderas y bolso, que por supuesto no se cuelgan del brazo para no dar a los demás, ni se lo ponen por delante al subir las escaleras y evitar que los que las suben corriendo, no se enganchen con ellos, no, ellas mantienen su bolso en el brazo como si fueran esas abuelitas que parece que lo llevan pegado y hasta duermen con él agarradito para que no les den un tirón, y el resto del mundo, por supuesto, que dejen paso.
Su patetismo, me alucina y me provoca una medio sonrisa, y no puedo evitar comparar su actitud con la de muchos otros, que respetan y se disculpan por los empujones, muchas veces inevitables por la masa humana que moviéndonos como podemos, intentamos llegar a nuestro destino pero que tenemos interiorizadas unas normas de urbanidad que nos enseñaron de pequeños.
Ojalá no se pierdan nunca y no lleguemos a tener que reconocer esa frase de Hobbes que recoge la competición y la desconfianza entre los seres humanos, «El hombre es un lobo para el hombre».