De escaleras y acordeones

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Estoy totalmente convencida de que durante las vacaciones han hecho algo con mis escaleras diarias y estoy muy mosqueada.

No se me ha ido la pinza, no creo la verdad, pero es que los escalones están más duros, las escaleras mecánicas son más lentas y a medio día me «mata» un músico pesado y agotador que fastidia canciones preciosas con su acordeón.

Todo esto me ha llevado a la conclusión de que odio el acordeón. Seguramente soy de esa generación que creció con María Jesús y su acordeón, la de «Los pajaritos», ¿os acordáis? No la canto porque os la pego seguro.

Recuerdo los veranos en Fuengirola, cuando por la noche en las terrazas de los hoteles los extranjeros achispados, mis amigas y yo nos lanzábamos como locas a hacer el baile sin ningún complejo. La tocaban una y otra vez, era un bucle del que no salías hasta que tus padres seguramente hartos también del acordeón, nos sacaban de allí.

Total, que he debido de crecer traumatizada y este trauma no ha dado la cara hasta que el músico del Metro me ha taladrado la cabeza con su acordeón. Creo que sabe que no me gusta nada porque por más que corro bajando las escaleras hacia el Metro, más rápido toca o destroza la canción de turno.

De ahí la sensación de que a mis escaleras les han hecho algo. Puede que con el calor no puedan correr más o que estemos ahorrando energía y por eso van más lentas. El caso es que por las mañanas tengo la misma sensación solo que además noto que mis compañeros de viaje también van más lentos que de costumbre. Supongo que andaremos todos adaptándonos a la vuelta a la rutina del trabajo, clases, madrugones…

Así que hago un llamamiento para que vuelva Frank (nombre ficticio) de mi músico de tramo de escaleras y su trompeta, para que vuelva a dirigir el «tráfico» mañanero del Metro.

Si en Mercadona ya hay turrón de chocolate, que vuelva mi Frank y si trae turrón, ¡mejor que mejor!. Luego ya lo bajaremos subiendo y bajando las escaleras del Metro y de la oficina.

No me he podido resistir a colgar esta foto de María Jesús y su acordeón en Benidorm donde parece que hizo un carrerón. Seguro que a muchos os saco unas sonrisas porque si en vez de abuelitos fueran niños, ¡vosotros estaríais ahí!.

Y yo también, claro. Qué fuerte es a veces recordar…

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Frank ha desaparecido

No sé si os acordaréis de Frank, mi amenizador de horas punta, el músico que tocaba la trompeta, cantaba y me alegraba las mañanas cuando llegaba a Nuevos Ministerios.

Pues resulta que Frank, al que le puse ese nombre por Frank Sinatra, ha desaparecido. No le veo desde algún día de diciembre que no recuerdo. Ya no está a ninguna hora, ni por la mañana, ni a medio día, ni por la tarde, es como si se lo hubiera tragado la tierra…Cuando volví de las vacaciones de Navidad pensé que igual seguía estirando los días de vacaciones pero enero ha terminado y no ha vuelto a aparecer.

Desde entonces las mañanas no son lo mismo. Ahora el ambiente del Metro se ha vuelto más gris, las luces las noto más tenues, el ambiente más ruidoso con todo el mundo corre que te corre y hasta los azulejos de las paredes parecen más pasados de moda y sin brillo que nunca.

Ahí está su hueco entre las dos escaleras mecánicas de salida a la calle, vacío, falto de vida; y es que sin darme cuenta, Frank había pasado a formar parte de la «decoración suburbana» habitual del Metro. Y ahora, es como cuando alguien cambia un cuadro o un marco de fotos en casa, sabes que hay algo diferente pero no sabes muy bien el qué, ésa es la sensación que tengo al subir las escaleras mecánicas.

Falta su tenderete, su trompeta, su sombrero, sus cd’s por el suelo y su voz. Solo con oír a lo lejos la trompeta ya sabía que era él. Automáticamente me hacía sonreír, sabía que nada más verle me entraría la risa al ver su «show» y que cuando le echara una moneda, tendría que evitar mirarle a los ojos, esos ojos saltones, tan expresivos como los de Louis Armstrong y tan agradecidos, que me provocaban huir escaleras arriba para que no me viera reír.

¿Y dónde estará Frank?. No sé si le habrá tocado la lotería y se habrá retirado, si se habrá ido a otro lugar con un clima más cálido, o a amenizar cruceros con su trompeta, pero hoy lunes, arrancando el mes de febrero, no he podido evitar pensar que a lo mejor está en el que para mí es mi paraíso, al menos hasta que tenga otro con el que hacer comparaciones, el Caribe Mejicano, mi querida Riviera Maya.

La primera vez que la visité fue en el viaje de novios, como tantas parejas, nuestro viaje fue un combinado de playa y turismo, Riviera Maya y Nueva York. Me gustó tanto que los cuatro días que estuvimos se quedaron cortos y con la ilusión de poder volver, cinco años después, mi deseo se cumplió cuando mi cuñado nos cedió el viaje a Riviera Maya que le había tocado en un sorteo de la empresa pero esta vez fue una semana inolvidable en el paraíso.

En fin, que puestos a divagar sobre dónde estará Frank, yo le mando a mi hotel, un resort impresionante de una cadena hotelera española totalmente recomendable para desconectar o disfrutar en familia. Espero que esté allí amenizando las noches a los turistas con su espectáculo mientras disfrutan del clima, los daiquiris, los margaritas, las playas de arena blanca y aguas turquesas y la hospitalidad mejicana.

Para sobrellevar este curioso invierno que estamos pasando y disfrutar, os pongo unas fotos de mi paraíso.

Si algún día desaparezco, ya sabéis dónde buscarme.

Love is in the air

Queramos o no, nos guste más o menos, hay que ser conscientes de que se acerca la Navidad.

Desde finales de noviembre, todo empieza a llenarse de luces de colores, regalos, comidas, cenas, llamadas de teléfono, mensajes de felicitación, anuncios de colonias y promesas de amor eterno a toda la humanidad que nos van llevando a un estado de «buenismo» en muchos casos totalmente artificial, que a muchos provoca un estado de insatisfacción que les lleva a comer, beber y comprar sin saber muy bien el por qué pero que acaban haciendo compulsivamente por no parecer menos que el resto de los mortales.

Viendo que el espíritu navideño está bastante adulterado, es por lo que me he propuesto recuperar el que a mí me parece el verdadero y no volver a pasarlo de puntillas como otros años, a base de reenviar mensajes que me reenviaban muy bonitos pero vacíos de sentimientos, que igual podías mandar a un viejo conocido, como a tu tía octava sólo por parecer que estabas presente en sus vidas en esos días aunque el resto del año no cruzaras una palabra con ellos.

Por eso, me he tomado mi tiempo y he hecho una lista de personas que este año han sido importantes en mi vida; no sólo me refiero a familia o amigos a los que pienso felicitar, sino también a aquellos otros menos conocidos pero que han participado en muchas de las vivencias que he tenido y sin los cuales este año no habría sido posible.

De esta manera, espero poner mi granito de arena para que como dice la canción, se note que «Love is in the air» y aunque parezca una cursilada, demostrar mi agradecimiento y mi cariño a todos mis nominados del año y hacerles partícipes de mi espíritu navideño.

Por ejemplo, este año tan intenso laboralmente voy a felicitar a la señora de la limpieza de mi trabajo. No sólo porque me ha tenido la mesa como los chorros del oro y me ha vaciado hasta dos veces las papeleras al día, sino porque también me ha animado en días de cansancio, me ha tomado la temperatura como si fuera su hija cuando me he sentido enferma, hemos compartido sueños si nos tocara la lotería, risas, consejos sobre plantas, recetas de cocina y ha sabido pasar desapercibida cuando estaba concentrada, espero que así, sepa lo mucho que valoro su trabajo.

También a todos los conductores de autobús, metro y tren que me han llevado y traído sin un accidente durante todo un año y han hecho posible que llegara al trabajo, a recoger a mis hijos al colegio, al médico y a hacer recados. Con frío o calor, han sido el compañero silencioso de tantas horas de transporte. No sé los kilómetros que habré hecho en el año, pero han sido una parte fundamental de mi equipo para ir alcanzando las metas de mi día a día más fácilmente.

A los chicos de la cafetería donde tantos desayunos he tomado; muchos acompañada de buenas compañeras y amigas, pero muchos otros sola, dándome un café que no me revolviera el estómago, tostadas y chupitos de mezclas de zumos de los que casi nunca conseguía adivinar todos sus ingredientes, con su mejor sonrisa y atención haciéndome sentir acompañada en ese ratito de descanso y desconexión del trabajo.

Tampoco puedo olvidarme de mi amenizador de horas punta, ¿os acordáis?, Frank y su trompeta, ¡no sé la cantidad de actuaciones que le habré visto este año!. Debo ser de su público más fiel y entregado. Por todas las canciones que me ha hecho recordar, por las sonrisas que me ha arrancado y los «empujoncitos» que me daba para salir a la calle con la moral bién alta y encarar el día con una sonrisa.

Y a todas esas personas anónimas que se han cruzado en mi camino, del trabajo y fuera de él, que me han hecho la vida más fácil con una sonrisa, sujetándome la puerta, resolviéndome problemas informáticos, enseñándome a poner vientre Pilates, cortándome el pelo y arreglándome las mechas o preguntándome cómo estaba, unas más fugaces en mi vida que otras, pero todas formando parte de este año que se acaba con la fiesta más bonita y emotiva para mí, la Navidad.

El año que viene, espero que mi lista de felicitaciones sea mucho más larga, porque a pesar de todo lo malo que ha traído este año, estoy segura de que siempre encontraré gente buena a mi alrededor a la que agradecer tantos pequeños pero importantes momentos de mi vida.

Viernes

Esta mañana he echado de menos a Frank (no sé cómo se llama pero le he bautizado así por Frank Sinatra) «amenizador de horas punta» que suele ponerse entre mis dos tramos de escaleras.

Es un señor un poco mayor con pelo y barba blanca. Lleva un altavoz y música grabada que él completa con su trompeta y cantando un poquito. Suelen ser canciones conocidas por todos y tiene bastante éxito porque mucha gente le echa monedillas al pasar.

Las veces que le echado algo lo hago súper rápido y procuro no mirarle a los ojos porque su manera de agradecerlo es sin parar de tocar con una mirada que parece que se le fueran a salir los ojos de las órbitas. ¿Os acordáis de Louis Armstrong? el músico de jazz, ¿lo expresivo que era? pues a Frank le pasa lo mismo por lo que no sabes si huir escaleras arriba lo más rápido que puedas o morirte de la risa por lo cómico que resulta.

Frank realiza una gran labor social, mezcla entre guardia de tráfico y encargado de tienda.

Si ve que sube una aglomeración de gente se marcará un rock & roll tipo «Rock a round the clock» para que vayamos rapidísimo y despejando la escalera. En cambio, si ve que la gente sube con ritmo pero en orden bajará la intensidad con «La Bamba», movido, para mantener el ritmo, pero sin que nos acelere más de lo necesario.

Algo parecido a lo que sucede cuando estás por ejemplo en un supermercado, cuando hay mucha gente para que aligeren las compras, suben la intensidad de la música mientras que en otras tiendas es ya imposible subirlo más y directamente no entras porque te estallan los tímpanos.

Esta semana Frank no ha aparecido.

Hasta que vuelva a dirigir nuestras carreras, me quedo con el recuerdo de la última canción que le escuché, «La vie en rose». Nada más sonar los primeros acordes me eché a la derecha, disfruté de la lentitud de la escalera y me sentí realmente privilegiada por estar justo allí en ese momento para mí, mágico.

Vuelve pronto Frank.