Hoy empiezo felicitando a todas las mujeres que se asoman al blog. Trabajadoras dentro y fuera de casa, con o sin cargas familiares (niños, padres, madres, maridos), todas igual de importantes y de respetables.
Creo que para empezar es bueno recordar de donde viene esta celebración. Fue en 1977 cuando la ONU declaró el 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora en recuerdo de aquellas mujeres de la industria textil neoyorquina que iniciaron una huelga para reclamar la igualdad salarial, ¡una jornada de 10 horas! y que se les permitiera un tiempo para la lactancia. Pioneras en las reivindicaciones del trabajo femenino, lograron con su granito de arena (muchas murieron en el intento) el que hoy tengamos leyes que traten de igualar las condiciones de trabajo entre hombres y mujeres.
Calma, que éste no es otro escrito de feminismo radical. Lo que quiero compartir es una visión femenina (que no feminista) sobre la mujer. Por supuesto, son mis ideas personales, ajenas a los excesos de FEMEN o de cualquier otro grupo más o menos politizado del feminismo mundial.
Mi visión, parte de la importancia de lograr el empoderamiento de las mujeres en todos los aspectos de la vida diaria, incluyendo la conciliación, la corresponsabilidad, la promoción profesional y por encima de todo, de conseguir que se respete su dignidad sin discriminaciones ni abusos de ningún tipo.
Estas ideas «a mi manera» son el resultado de muchos años estudiando para mi oposición las leyes sobre la igualdad efectiva entre mujeres y hombres y sobre la violencia de género. De tanto estudiarlas acabé sensibilizándome aún más con este tema que siempre me ha parecido apasionante y sobre el que intento estar al día.
Como ya sabéis, soy mujer trabajadora dentro y fuera de casa, y tengo dos hijos. Me considero un ejemplo normal y corriente de la vida que voluntariamente han elegido muchísimas mujeres, todas ellas campeonas en la modalidad de su día a día aunque hoy no voy a centrarme en ellas.
Hoy, quiero dedicar la celebración de este día a otros dos colectivos de mujeres.
En primer lugar, a todas aquellas que dedican su vida a los demás renunciando a su familia y a crear la suya propia, para dedicarse en cuerpo y alma a los más necesitados en cualquier rincón del planeta. Esas mujeres fuertes, decididas, luchadoras, que formando parte de organizaciones religiosas o no gubernamentales, no se rinden a pesar de las dificultades que cada día encuentran para desarrollar su trabajo ya sea por la falta de materiales, las trabas burocráticas e incluso por la desconfianza de los habitantes de las zonas en las que ayudan a la población a desarrollarse y progresar. No conozco personalmente a ninguna de ellas, pero todas las entrevistas que he leído tienen un denominador en común, es un trabajo que «engancha», agotador pero tan gratificante que hace que prácticamente ninguna quiera volver a su país de origen y llevar lo que nosotros entendemos como una vida «normal».
Y en segundo lugar, quiero recordar a todas esas niñas de mentalidad pero recién estrenadas mujeres que son vendidas, alquiladas, vejadas y explotadas. Para ellas el paso de niña a mujer es la condena a una vida de trabajos forzados. A partir de los 11 años, son las familias las que en muchos casos con el respaldo de las leyes de sus países de origen las venden o las entregan para casarlas y deshacerse de la carga que suponen para la supervivencia de la familia. Otras veces, son las mafias las que las secuestran y explotan. Tener que llevar una vida así con tu dignidad pisoteada por todos, sin derechos, sin opciones y sin futuro, debe ser terriblemente duro y desmoralizante.
Soy consciente de que estas líneas no van a cambiar la situación de la mujer en el mundo pero creo que es lo menos que puedo hacer para destacar el trabajo voluntario y deseado de unas, y forzado e injusto de otras.
¿Mis deseos?, conseguir que se respete a las mujeres y que se les permita desarrollarse profesionalmente sin coacciones ni cortapisas pudiendo elegir líbremente donde quieren trabajar, ya sea fuera de casa, para su familia o para los demás pero siempre con unas condiciones justas y sin discriminaciones.
Soñemos y sigamos luchando para cambiar las cosas porque una sociedad sin sueños, es una sociedad sin esperanza.