Esta semana me he enterado de dos pérdidas. De ésas que te revuelven los recuerdos, te llenan la cabeza de nostalgia, tristeza y alegría, una mezcla agridulce pero que de vez en cuando viene bien airear.
En la primera, la protagonista ha sido Nena. Una perrita preciosa, cariñosa, dulce…Un susto destapaba un diagnóstico que se desconocía y por el que se fue al Cielo casi sin hacer ruido pero dejando roto el corazón de su familia.
Si habéis tenido alguna mascota en casa, entenderéis la pena y la impotencia que supone su desaparición. El hueco que se queda sin llenar, la sensación de que al levantar la cabeza de tus tareas o al llegar a casa, estará ahí, esperándote, siempre alegres, durmiendo, cantando. Con esos ojitos llenos de ternura que al mirarte te hacen pensar que en cualquier momento empezarán a hablarte. He conocido gente con loros, periquitos, hámsters, gatos, perros…y todos ellos han sentido muchísimo sus pérdidas.
Por eso, está semana ha sido inevitable recordar a Zoilo. Un cocker negro y fuego que cuando me casé, se quedó en casa de mi madre y que tanto nos ayudó a superar momentos familiares muy delicados. Juguetón, cariñoso, se volvía loquito cada vez que salía a la calle y, ¡cómo roncaba!, con su cariño nos conquistó a todos los que le tratamos. Cuando se fue no pude despedirme y esa pena, se te queda dentro para siempre.
De la segunda, me he enterado esta mañana. El pediatra que me trató tantos años se iba al Cielo dejando en muchísima gente de su ciudad el recuerdo de una vida totalmente entregada a su familia y a su profesión.
Le conocimos gracias al pediatra que me veía en Sabadell donde vivíamos antes de trasladarnos a Jaén. Recién llegados, solo teníamos su referencia a través de una tarjeta que nos había dado su compañero de carrera en Sabadell. Desde la primera visita, él y su mujer se convirtieron en los mejores embajadores para mis padres en ese nuevo destino.
Gracias a Ana, su mujer, tomé el primer bocadillo de chorizo mientras esperaba para entrar a la consulta. Jugaba con sus hijos, creo que tenían cuatro cuando les conocí, años más tarde llegó el pequeño.
La sala de espera era un no parar de tanto niño enredando. En esa sala conocí a mi mejor amiga Marta y a sus hermanas, y nuestras madres se convirtieron a la vez en íntimas amigas. Por suerte, a día de hoy la relación a pesar de la distancia sigue intacta y llena de cariño entre ambas familias.
Gracias a Enrique y Ana, aterrizamos en una urbanización en la que pasé la mejor infancia que podía imaginar. Os remito a la entrada de «Recuerdos de verano».
Gracias a Enrique y Ana, entré en mi colegio en el que estuve desde los tres hasta los dieciocho años.
Son tantos, tantos los recuerdos que se me vienen a la cabeza… Vestidos míos prestados a sus hijos para una fiesta de disfraces, la tranquilidad que nos transmitía cada vez que acudíamos a él cuando estaba enferma, verles siempre tan unidos…
Recuerdos de dos etapas diferentes de mi vida de las que he vuelto a hacer balance en estos días y de las que a pesar de la emoción y la tristeza de tantos recuerdos revividos, han conseguido hacerme sonreír porque el tiempo, hace que veas las cosas con perspectiva y serenidad, con Paz. Esa Paz tan necesaria para «disfrutar» recordando aunque se te quiebre la voz y un nudo en la garganta te obligue a coger aire para continuar.
Así que gracias a Nena y gracias a Enrique por todo lo que me habéis removido, porque me quedo con tantos y tantos buenos momentos vividos y revividos esta semana.
Que Dios tenga en su Gloria a mi pediatra, un hombre bueno y que Nena esté ya disfrutando con Zoilo, Lúa y tantas otras mascotas que seguro estarán esperándonos en el Cielo.
Amén.
Precioso recordatorio para seres que ya no están. Ojalá todos dejemos huella en alguien
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