Hace unos días haciendo la compra, me paré a pedir una barra de pan. En esta sección de panadería y pastelería hay tantas cosas apetecibles que no sé bien en cuál fijarme, me llevaría de casi todas pero procuro ponerme las orejeras, pedir la barra y salir corriendo lo más rápido posible hacia la fruta y las verduras, como buscando lo verde, lo sano, las vitaminas y huir de las grasas, las empanadas, el azúcar, las cremas, el chocolate…
Esa tarde en particular iba con una pequeña lista. Iba a ser una compra rápida, sabía dónde estaba cada cosa, era llegar, cogerlo y marcharme. No contaba con que mi conversación con la chica de la panadería-pastelería iba a ir más allá del mero saludo, la petición concreta y un «nada más, gracias».
Cuando estaba guardando la barra de pan e iba a marcharme, de pronto se dirigió a mí y me dijo, ¿no querría llevarse unos pastelitos?. Horror y terror, ¿yo pasteles?, la miré con angustia y conseguí justificar mi negativa con que estábamos en plena operación bikini y que hay que ver la de cosas tan ricas que tenían, que era una tentación horrible pasar por allí.
La pobre no sé si pensaría, «menuda pirada, si todos piensan igual, no voy a vender nada», o «qué chica más graciosa, ¡qué humor!». Me inclino por el primer pensamiento.
Luego mientras empujaba mi cesta llena de comida sana y no tan sana, pensé, que hay que ser tonta para no darte un capricho, pero confieso que el problema es que ¡no habría sabido qué elegir!, dulce o salado…aquí aparece mi indecisión…tic, tac, tic, tac…Ya puesta, seguro que habría cogido no sólo para mí sino también para Carlos y los niños porque si yo caigo, caemos todos, ¡of course!.
Por suerte, sobreviví a la tentación y encima encontré una oferta estupenda de cereales tipo Special K con chocolate con un precio genial.
Salí del súper con mi bolsa reciclable hasta arriba, el bolso lleno de snacks para los niños y la barra de pan a punto de escaparse del bolso, ondeando como una bandera para que todos vieran que salía del país de las tentaciones sin un dulce, aunque eso sí, con el hombro destrozado pero lo más recta posible para no perder el equilibrio.
Al llegar al coche, bebí mucha agua para auto convencerme de lo bien que lo había hecho y lo poquito que había tardado.
Esa batalla la gané pero la guerra es tan, tan larga y mi espíritu tan débil que no sé cuánto aguantaré sin pillar un trozo de empanada para la cena y unas magdalenas caseras, caseras para los desayunos pero eso, será otra historia.
jajaja, eres mi vivo retrato. En mi caso, la tentación es una pastelería portuguesa que han abierto en la ciudad, donde tienen el pan más rico que he probado, y donde he caído alguna que otra vez con el pastel de Belén o con la muffin llena de todo lo que se puede llenar. Como dices la guerra es larga, así que vete haciendo un plan B para el día que caigas. Pero enhorabuena por tu batalla de hoy:-)
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Graciaaaas! Iré cambiando de supermercado porque como vuelva a coincidir con la chica de la panadería me dará cargo de conciencia y compraré de todo…jajaja
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Venga, cae un poco en la tentación, si es solo de vez en cuando no pasa nada. Por cierto, por la foto me parece reconocer el lugar donde yo también he tenido tentaciones muchas veces. Cualquier día nos encontramos pero no nos vamos a reconocer, no te preocupes.
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No me importaría que nos reconociéramos, nos tomaríamos un pastelito las dos sin remordimientos.
A veces sí que caigo, faltaría más!
Un besito
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